Permitido nos es disputar con Sócrates, dudar con Carnéades, reposarnos con Epicuro, vencer con los estoicos la naturaleza humana y superarla con los cínicos.
(Séneca)
Fue en el autobús.
Un grupo de estudiantes comentaba despreocupadamente sus idas y venidas de por la mañana, en ese tono que permite al resto del autobús participar de la conversación.
En un momento dado, la chica dijo: “es que no hay que mezclar churros con meninas”.
Entonces lo comprendí.
Los filósofos: estos son los únicos que viven, pues no solamente aprovechan bien el tiempo de su existencia, sino que a la suya añaden todas las otras edades; toda la serie de años que ante ellos se desplegó es por ellos adquirida (Séneca).
Qué razón tenía Séneca.
Aunque no hace falta ningún diploma especial para ser filósofo, Séneca nos recuerda que hay algunos especiales, que lo son conscientemente, y que podemos argumentar con Sócrates sobre las cosas de la vida o pedir consejo a los estoicos cuando las circunstancias nos hacen preguntarnos qué diferencia hay entre obrar bien y obrar mal.
Dice Séneca que los que se consagran a los auténticos deberes de la vida son aquellos que se esfuerzan cotidianamente en tener una estrecha familiaridad con Zenón, con Pitágoras y con los que él denomina “los restantes caudillos de las buenas doctrinas”.
Pongámonos en situación.
El nacimiento del primer bebé-probeta ocurrió en 1978. Antes de esto, hablar de fecundación in vitro o transferencia de embriones era cosa de ciencia ficción (ni siquiera se habían inventado estas denominaciones tan chulas). Y decir que una oveja podría ser clonada ya era hablar de otro planeta.
Dolly, la primera representante de la clase borreguil que fue concebida en un laboratorio y vivió para contarlo (más o menos), demostró que la ciencia ficción era solo una ciencia a la que le faltaba un poco de tiempo para estar entre nosotros. Hoy charlamos sobre organismos genéticamente modificados con la misma naturalidad con la que nuestros abuelos comentaban lo duro que había sido el invierno.
Ahora viene la historia de terror. Continue reading
Nunca preguntaban cuántos eran los enemigos sino solo dónde estaban (Steven Pressfield, Puertas de fuego)
1 Los que se hacían la pregunta eran espartanos, hombres forjados en el continuo ejercitar de sus cualidades guerreras.
2 Los enemigos eran los persas, en aquella ocasión memorable en la que su rey, Leónidas, les acaudilló en un estratégico paso montañoso por donde querían pasar. Ilusos (los persas).
3 Cuántos eran los enemigos era una pregunta irrelevante. En realidad, tenían que acabar con ellos de uno en uno hasta donde llegaran sus fuerzas y sus habilidades.
4 Dónde estaban era algo fácil de adivinar. Justo delante, viniendo de frente. La única manera de no encontrarse con ellos era dar media vuelta y huir.
Lo curioso es que esto también puede leerse de otra manera.
1 El que se pregunta es el filósofo que hay dentro de cada uno de nosotros, ese que a veces olvidamos ejercitar para que tenga a tono sus cualidades humanas.
2 Los enemigos son los errores de conducta que cometemos, las debilidades morales, las dudas, las carencias de valores, lo que hace que no seamos perfectos como seres humanos.
3 Cuántos son los enemigos es una pregunta irrelevante. En realidad, tenemos que acabar con ellos de uno en uno hasta donde lleguen nuestras fuerzas y habilidades.
4 Dónde están es algo que se puede adivinar: justo viniendo de frente, en cada pequeña prueba que nos pone la vida por delante. Somos ilusos si pensamos que basta con dar media vuelta y huir para que desaparezcan.
Como Leónidas, también necesitamos valor para enfrentar al enemigo.
Por cierto, los espartanos de las Termópilas eran 300. Terminaron con un ejército de 10.000 persas. Ahí queda eso.
Por si no conoces su historia, aquí te dejo un enlace:
A la memoria del héroe
Hay días en que preferiría pertenecer a otra especie…
Abrí el periódico, y allí estaba la foto.
Congoja.
Después leí el titular.
Cierto día un recién llegado a un pueblo donde vivía un sabio, llegó hasta él y le dijo:
–¿Qué clase de gente vive aquí?
El sabio respondió con otra pregunta:
–¿Qué clase de gente era la que vive en el pueblo de donde viniste?
El recién llegado replicó:
–¡Oh! Son unos miserables, hostiles, mezquinos, sin sentimientos de comunidad y es muy difícil convivir con ellos.
–Bien –dijo el sabio–, esa misma clase encontrarás aquí también.
Al poco tiempo, otro visitante del sabio hizo la misma pregunta:
–¿Qué clase de gente es la que vive aquí?
El anciano replicó preguntando:
–¿Cómo era la gente del lugar de donde vienes?
–¡Oh! –respondió el segundo forastero–, eran personas espléndidas, bondadosas, buenos amigos y llenos de bondad.
–Entonces –dijo el sabio– la misma gente encontrarás aquí.
(Henry Thomas Hamblin)
Y pensando, pensando, me pregunté si muchas veces no juzgamos a los demás sin darnos cuenta de que nuestros juicios, prejuicios y forma de entender las situaciones nos condicionan y nos ciegan ante muchos aspectos positivos que nos podrían aportar aquellos que son distintos a nosotros, o que tienen otras opiniones.
Y recordé lo que dice el diccionario que es la tolerancia: “respeto a las ideas, creencias o prácticas de los demás CUANDO SON DIFERENTES o contrarias a las propias”.
IMAGEN: Equipos de Nepal, Turquía y China trabajan en el rescate de víctimas. NAVESH CHITRAKAR REUTERS
http://www.elmundo.es/internacional/2015/04/28/553e6fbeca4741f46e8b4571.html
Una vez más, la tierra ha temblado. Una vez más, el shock de la tragedia. Niños asustados o heridos, adultos deshechos y noqueados, templos que se alzaron con esplendor, derrumbados y aniquilados.
Ante la magnitud del desastre, tomamos conciencia de lo pequeños que somos frente a la Madre Naturaleza. Si ella rechina, nosotros nos tambaleamos. No cabe el orgullo, ni la vanidad, ni el “porque yo lo valgo” de todos los días. Caemos si ella se inquieta.