La patria de los quijotes

Creo que me voy a meter en camisa de once varas.

Cada 23 de abril, como viene siendo habitual, se celebra San Jorge, que también coincide con la muerte de Cervantes y, aunque sea en el cómputo de otro calendario, con la de Shakespeare. Efemérides que han señalado también esa fecha como el Día del Libro. Es el día en que las librerías salen a la calle y la gente se acerca a los puestos a ojear las mesas en busca de alguna buena oferta; las instituciones homenajean a Cervantes y se hacen lecturas del Quijote.

Sobre el Quijote se ha dicho que es la obra más grande de las letras españolas, y de Cervantes, que es el español más universal. Sin embargo, me choca que hoy pocos españoles se sientan orgullosos de serlo. Es más, si alguien se atreve a llevar una bandera o a proclamarse «español» será automáticamente señalado como «facha». Muy sinceramente me pregunto por qué. ¿Por qué? Y me lo pregunto porque tengo ese mismo problema de identidad. No sé qué es ser español. No sé qué es no serlo. No entiendo que la identidad se relacione con unas fronteras geográficas ni con unos símbolos determinados. No entiendo las cuestiones políticas. Soy una  persona que se pregunta, de corazón, dónde está eso a lo que se llama patria.

Un neurocientífico me dio hace poco una interesante clave: «A un chino criado y educado en la cultura china nunca se le va a aparecer la Virgen». Si tiene alguna visión o aparición sobrenatural siempre pensará primero que se trata de algo familiar para él; quizá un antepasado, uno de los nueve espíritus chinos o la diosa Chang E. Por eso no deja de llamarme la atención que nos aferremos a algo tan circunstancial como el lugar de nacimiento y la cultura familiar para justificarnos como individuos. Y las personas han ido a la guerra para defender al país o al dios, y muchas veces sin darse cuenta antes (ni después) de que el otro, el opuesto, está haciendo lo mismo. Por un sencillo principio de exclusión, la Verdad es solo una, y es del todo imposible que todos los que dicen que su idea es la correcta tengan razón. ¿Por qué nos pueden más las diferencias que los puntos de unión?

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¿Finanzas o ética?

FINANZAS O ETICA

 

Está previsto que para el próximo curso se reduzcan, aún más, las horas lectivas de materias como la música, la educación plástica o la filosofía. El ministro Wert describía estas asignaturas como “las que distraen”. Por otra parte, hay centros que ya han comenzado a impartir una nueva materia, “Educación financiera”, siguiendo sugerencias de la Comisión Nacional del Mercado de Valores.

Sin duda, la crisis financiera ha hecho que cambien muchas cosas, incluso las prioridades que se le dan a la educación; pero si bien no está mal replantear los contenidos que se imparten a los niños y jóvenes para que estén más y mejor preparados para el futuro que se les viene encima, creo que el enfoque no es el más acertado.

Claro que es importante tener conocimientos de economía y finanzas, para desenvolvernos bien con toda la terminología y circunstancias de los productos financieros que todos, en una u otra medida, tenemos contratados. Pero, por encima de todo, nos interesa que no puedan engañarnos, que nadie se pueda aprovechar de nuestra ignorancia.

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Tecnología: ¿a favor o en contra?

TECNOLOGIA

Esta es la pregunta que mucha gente se hace. ¿Hay que estar a favor o en contra de la tecnología? Parece que necesariamente la respuesta tuviera que ser «sí» o «no». Pero no es así. La respuesta es «depende».

Una de las principales razones a favor del uso de la tecnología es el ahorro de trabajo, tiempo y dinero. La tecnología permite que realicemos mucho más rápido y mejor muchas tareas hasta ahora tediosas. Algunas directamente las realizan las máquinas. El ser humano solo interviene en el proceso de analizar los datos procesados por los ordenadores, y pronto eso tampoco será necesario.

En los últimos años, los avances tecnológicos han permitido desarrollar nuevas técnicas de diagnóstico; asistencia robótica para operaciones delicadas; conversaciones en tiempo real desde puntos remotos del planeta; la puesta en común, gracias a la digitalización y la creación de repositorios, de bibliotecas completas, estudios académicos, investigaciones, tesis… Podemos mirar al espacio desde un ordenador en nuestras casas, y aunque eso no suple la íntima comunión de elevar los ojos al cielo y mirar las estrellas (siempre que estés muy lejos de la ciudad), sí que ayuda a muchos aficionados pedir tiempo de los telescopios profesionales para ver allá donde los ojos no alcanzan.

La tecnología ayuda a que millones de personas en todo el mundo puedan acceder a todo tipo de documentos y archivos, en lo que se ha dado en llamar la «democratización» del conocimiento. Algo que tendría que ayudar a diluir las cada vez más marcadas líneas que separan a los ricos de los pobres, siempre que los pobres también puedan acceder a Internet.

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Las palabras adecuadas

LAS PALABRAS ADECUADAS

En cierta ocasión un discípulo preguntó a Confucio qué sería lo primero que haría en el caso de que un rey le confiase el gobierno de un territorio, a lo que Confucio, sin dudarlo, respondió: “Mi primera tarea sería, sin duda, rectificar los nombres”. El discípulo, confundido, le preguntó a su maestro si estaba de broma. Confucio aclaró: “Si los nombres no son correctos, si no están a la altura de las realidades, el lenguaje no tiene objeto. Si el lenguaje no tiene objeto, la acción se vuelve imposible y, por ello, todos los asuntos humanos se desintegran y su gobierno se vuelve sin sentido e imposible. De aquí que la primera tarea de un verdadero estadista sea rectificar los nombres”.

Reconozco que esta anécdota de Confucio ha hecho que me pregunte, por mucho tiempo, lo mismo que su discípulo: ¿estaría de broma?, ¿realmente eso serviría para algo? No hace mucho me di cuenta de por qué decía eso y hasta qué punto era importante.

Hay una empresa estadounidense (no será la única seguramente) que vende sus productos bajo el eslogan “¿Cuánto sabes de ti mismo?”. Pero no vendía nada relacionado con la filosofía o la psicología, sino genotipos. Por 99 dólares y una muestra de sangre te entregaban un sobre con toda la información que eran capaces de extraer, mediante su sofisticada tecnología, de tus genes.

En la televisión, una mujer guapa y delgada demuestra que un laxante te puede hacer sentir mejor, más activa, más vital y hasta más feliz. También hay galletas, compresas, cremas faciales y mahonesas con las mismas propiedades. La vida, la alegría, la solidaridad, el entusiasmo, la superación, el valor y la identidad se venden en latas de Coca-Cola.

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¿Pueden las ciudades inteligentes mejorar el mundo?

CIUDADES INTELIGENTES

 

Mucho se oye hablar ahora de las “smart cities”. En buena medida porque los objetivos 2020 de la Comisión Europea se dirigen a lograr una mayor sostenibilidad en los lugares donde más recursos energéticos se consumen: las urbes. La previsión mundial es que se conviertan en los focos centrales de concentración de la población mundial, a costa del despoblamiento del resto de territorios. En esas ciudades inteligentes, la tecnología se convierte en un actor fundamental. En sus manos se pone la regulación del tráfico, la eficiencia del consumo energético, la gestión de los datos masivos o big data y la mejora en las relaciones de la Administración pública con los ciudadanos.

No hace mucho escuchaba a un grupo de expertos hablar de las smart cities. Uno de ellos sentenció que la conversión de las urbes en ciudades inteligentes es lo que lograría cambiar el mundo y convertirlo en un lugar mejor, crear una sociedad mejor y ciudadanos comprometidos con la gestión de su ciudad. Las ciudades más tecnológicas serían las más ricas. Y las que fuesen capaces de crear esa tecnología, más ricas y prósperas aún.

En esos momentos me pregunté por el sentido de ese cambio al que se referían. ¿Cómo imaginaban ese mundo mejor que nos traería la tecnología? ¿Esa prosperidad? No soy una defensora a ultranza de lo tecnológico, pero tampoco detractora. La tecnología tiene su utilidad. Es capaz de aliviar cargas de trabajo, de acelerar procesos, de intervenir en la curación de las personas enfermas, de ayudar a las que tienen algún tipo de minusvalía. También es capaz de realizar eficaces asesinatos selectivos y de destruir poblaciones enteras con ciega precisión. Por eso, no creo que sea la tecnología la que vaya a lograr un mundo mejor. La tecnología está en manos de personas. Desde su ideación hasta su plasmación final y, cómo no, su aplicación. No es la pistola la que mata, sino la persona que aprieta el gatillo.

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El hombre de las compresas

EL HOMBRE DE

 

En medio de tanta mala noticia, de vez en cuando los medios nos regalan historias llenas de generosidad y voluntad. Una de ellas es el caso de Arunachalam Murugananthan, un hombre indio que comenzó por amor una curiosa aventura en 1998.

En aquel año acababa de casarse, pero no sabía mucho de las intimidades de las mujeres. Los tabúes acerca de la menstruación hacían que se considerase algo vergonzoso, y no se hablase mucho de ello. Mucho menos con un hombre. Murugananthan descubrió un día a su esposa escondiendo unos “trapos asquerosos”que usaba durante su periodo, al igual que otros millones de mujeres en la India, que no solo empleaban trapos, sino también arena, aserrín, hojas y ceniza. Lo “vergonzoso” del periodo hacía también que no secasen los trapos al sol cuando los lavaban, por lo que la falta de higiene menstrual en la India es la causante del 70% de las enfermedades reproductivas.

Murugananthan quiso comprarle toallas sanitarias a su esposa, pero se encontró con que eran excesivamente caras. Los apenas 10 gramos de algodón que costarían 0,001 euros costaban 0,51, una diferencia abismal de precio que hacía que solo el 12% de las mujeres indias usase toallas sanitarias. Ahí comenzó todo. Se dijo a sí mismo que él era capaz de fabricar toallas sanitarias más baratas. Pero aquel camino le llevaría por caminos insospechados.

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¿Qué pasa antes de nacer?

QUE PASA ANTES DE NACER

 

Una pregunta que ciencia y filosofía se han hecho alguna vez es la de por qué el ser humano piensa en la inmortalidad. Desde un punto de vista absolutamente darwinista, habría que preguntarse por el sentido evolutivo de creer en la vida después de la muerte. Algunos investigadores sostienen que las creencias en el más allá o en la reencarnación obedecen, bien a un proceso de asimilación cultural, bien a una reflexión posterior influida por diversas circunstancias personales.

La cuestión es lo suficientemente interesante como para que un grupo de psicólogos de la Universidad de Boston hayan llevado a cabo un experimento con la intención de descubrir en qué momento aparece la idea de inmortalidad en el hombre.

El estudio, que lleva por nombre “The Development of Children’s Prelife Reasoning: Evidence From Two Cultures”, asegura que la percepción de la inmortalidad en el ser humano responde a patrones universales. Esos patrones universales son prácticamente idénticos en las edades más tempranas de la vida; sin embargo, conforme el niño crece y se sumerge en la cultura de su entrono, esa percepción cambia. Básicamente, da igual las creencias religiosas o circunstancias sociales y culturales de la persona, porque el ser humano nace en todas partes con las mismas ideas acerca de lo que pasa antes de nacer. Es después cuando esas ideas van modificándose.

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Aprender y recordar

APRENDER Y RECORDAR

 

Decía Platón que en realidad, aprender, lo que se dice aprender, no podemos aprender gran cosa. Que lo que de verdad hacemos, es recordar. Es en el Fedón, mientras Sócrates explica a sus discípulos por qué no tiene el más mínimo temor a la muerte, instantes antes de cumplirse la sentencia de muerte a la que la ciudad de Atenas le ha condenado. Sócrates no teme. Sócrates cree que el alma es inmortal. Cree también que desde antes de nacer, el ser humano está en contacto con las esencias, ideas o arquetipos de todas las cosas: la idea de mesa, la idea de perro, la idea de rosa, la idea de casa, la idea de la generosidad, la idea del valor y, por supuesto, esa idea inmensa de lo bueno. Desde ese punto de vista, el ser humano, al nacer, antes de que su toma de contacto con el entorno cultural y de que este le introduzca los conceptos de lo que es correcto y lo que no es correcto, antes de eso, ya sabría qué está bien y qué no está bien. Y lo sabría porque antes de nacer su alma estuvo junto a la idea de lo bueno en ese mundo platónico de las ideas.

Platón lo explica mucho mejor, desde luego. Sin embargo, un reciente experimento realizado por investigadores de la Universidad de la Columbia Británica en Vancouver, dirigido por la profesora Kiley Hamlin, parece demostrar que los bebés ya tienen nociones acerca del bien y del mal, y son capaces de reconocerlos. El experimento, muy sencillo y, a la vez, extremadamente interesante, se realizó con bebés de entre seis y diez meses. Lo que hicieron fue ir mostrándoles unas secuencias animadas en las que unas figuras geométricas, con ojitos y bracitos para personalizarlas, realizaban unas acciones. En la primera, un círculo trata de subir una pendiente empinada pero no puede hacerlo solo. En la segunda, un cuadrado azul le ayuda a subir. En la tercera y última, un triángulo amarillo empuja al círculo, que se precipita hacia el fondo de la pendiente. Después de repetir varias veces las secuencias para asegurarse de que los bebés las habían entendido, pasaron a la segunda parte. Frente a los niños, ponen las dos figuras decisivas: el cuadrado azul y el triángulo amarillo. El 87% cogió el cuadrado y, lo más curioso, el 100% de los niños más pequeños, los de seis meses, ignoraron por completo el triángulo.

La conclusión de los científicos es que, de alguna manera, no solo los bebés de corta edad distinguen y reconocen los comportamientos correctos y los incorrectos, sino que, además, prefieren los correctos y comprenden el castigo de los que están mal. Los investigadores están investigando el mismo comportamiento en niños de hasta tres meses, y los resultados no son muy diferentes. Así que, a la luz de estas cosas, no vendría mal darle otra lectura al Fedón.

Saber esperar

CACHORRO 2

Todo tiene su tiempo. Los que cultivan el campo saben que hay un tiempo de sembrar y un tiempo de recoger. Los padres van descubriendo poco a poco las distintas etapas del crecimiento de sus hijos. El aprendizaje, la creación, el desarrollo… todo tiene unos ritmos propios que necesitan seguirse en el orden adecuado. La propia naturaleza se expresa cíclicamente, y cada uno de esos ciclos representa unas posibilidades diferentes y únicas. Saber esperar y aprovechar cada momento es una clave de éxito no cuantificable en dinero, sino en felicidad.

 Hace muchos años se hizo un experimento en un colegio. La profesora dejó unos caramelos en la mesa de cada niño y les dijo, antes de salir, que si esperaban a que ella regresase sin comérselo, les daría otro. Evidentemente, tal cual salió la profesora de clase, unos chicos se lanzaron sobre las golosinas, mientras que otros, pensando en la doble recompensa, esperaron hasta el regreso de la maestra. Tras el experimento se hizo un seguimiento del desarrollo de los niños en el colegio y en el entorno laboral, y lo que se vio fue que los que supieron esperar alcanzaron puestos de trabajo más altos que los que no.

 Este ejemplo, aunque enfocado al éxito profesional, da una idea de las capacidades psicosociales que se desarrollan cuando se aprende a guardar los tiempos. En otro contexto, podríamos echar un vistazo a la creciente ansiedad por el ¡ya! Lo inmediato se vende como lo mejor. Desde la comida hasta la limpieza, pasando por los trámites burocráticos o los tratamientos médicos. Cada vez hay más facilidades para obtener lo que necesitamos sin tener que esperar. Sin duda eso es bueno, pero genera un efecto secundario que nos ha pasado desapercibido y que se nos cuela sin darnos apenas cuenta, y es que perdemos la capacidad y el deseo de esperar. Nos volvemos impacientes.

 Paradójicamente, mucha gente corre en el coche o en el transporte público para llegar a un trabajo que detesta, y del que está deseando salir corriendo cuando se acerca el fin de nuestro horario. Somos capaces de no comprar algo si hay que hacer demasiada cola y se ha demostrado tras un estudio que tras pulsar el botón del ascensor, la gente empieza a impacientarse a los 20 segundos.

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¿Matarías a alguien si la tele te lo dijera?

MATARIAS A ALGUIEN

Ante esta pregunta, la inmensa mayoría de la gente tendrá claro que no. “¡Menuda tontería!, ¿cómo voy a matar a alguien sólo porque lo diga la televisión?”. Sin embargo, la realidad demuestra que es justo al contrario. La inmensa mayoría de la gente… lo haría.

No hace mucho, un grupo de investigadores franceses reprodujo el experimento que Milgram ideó sobre la obediencia en 1963, con objeto de conocer más acerca de las razones que condujeron a algunos cómplices del holocausto nazi a cumplir con órdenes contrarias a toda ética. En esta ocasión en forma de concurso de televisión llamado “La zona extrema”. La temática era sencilla. Había dos concursantes. Uno de ellos, metido en una cabina y atado a una silla “eléctrica”, debía responder una serie de preguntas y, en caso de fallar, recibía una descarga eléctrica, primero de intensidad suave pero, conforme iba avanzando el concurso, los fallos se pagaban con descargas cada vez mayores, incluso mortales. El otro concursante era el encargado de administrar las descargas. En el experimento, mientras el primer concursante era un actor que, evidentemente no iba a recibir ninguna descarga, el segundo concursante participaba creyendo que, realmente, las descargas eran reales.

Conforme el concurso avanzaba, el actor que supuestamente recibía las descargas iba mostrando, por medio del audio, primero la molestia y, luego, el dolor, hasta el punto de pedir insistentemente entre gritos que le dejaran salir, que no lo soportaba más. Cada vez que esto ocurría, los participantes miraban a la presentadora, un rostro conocido de la televisión francesa, y esta les decía: “Que no te afecte”. “Sigue adelante”. “Nosotros asumimos toda la responsabilidad”.

El 80% de las personas siguió adelante, incluso cuando, tras una de las descargas fuertes, el actor dejó de responder. La presentadora insistía en que no responder se consideraba una contestación errónea y tenían que administrar el castigo. Todos ellos lo hicieron, llegaron hasta el final, hasta todas y cada una de las descargas mortales. En el experimento realizado por Milgram sólo el 60% llegó al final.

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