Se cuenta que cuando al gran alquimista Salomón Trimosín, nacido en 1490, se le preguntó cuánto pensaba vivir, contestó que hasta el día del Juicio Final.
Unos años más tarde, concretamente el sábado, 7 de mayo de 2005, en una entrevista publicada por el periódico El Mundo, el biólogo de la Universidad de Cambridge, especialista en envejecimiento, Aubrey de Grey, afirmó lo siguiente: Me apuesto lo que usted quiera a que ya ha nacido una niña que va a vivir indefinidamente.
Ciertamente, buscar la fuente de la eterna juventud ya no es una quimera de los antiguos alquimistas medievales, sino que se ha convertido en una realidad, en un objetivo de la ciencia. Encontrar las llaves de nuestro reloj biológico parece que está al alcance de la mano: la química, la biotecnología, la robótica, la informática, etc., todas las ramas del saber aportan su granito de arena para conseguir ese viejo sueño; vivir muchos, muchísimos años hasta llegar a ser eternos, es el gran objetivo.
¿Y… después qué?
















En 1684 tres miembros de la Royal Society, el astrónomo Edmund Halley, Christopher Wren, arquitecto de la catedral de de Londres, y el físico Robert Hooke, mantenían en Londres una animada discusión que acabó en una apuesta: ¿qué tipo de trayectoria describen los planetas alrededor del Sol? Wren ofreció 40 chelines a quien aportara la solución.