Vigencia de la filosofía

 

La filosofía, entendida como una toma de postura, una forma de vida, más que como una mera actividad intelectual especulativa, nos proporciona sobre todo herramientas para pensar, es decir, para asomarnos al mundo y a las cosas, para encontrarnos con los otros, con la capacidad para llegar más allá de las apariencias y descubrir el sentido que sostiene la vida.

Es realmente sorprendente que tengamos tan a mano esa posibilidad y no la aprovechemos, porque se ha descalificado de entrada a la filosofía como algo que interesa solo a una minoría que utiliza términos apenas inteligibles, reservados para unos pocos sabios. Hay excepciones, afortunadamente, aunque escasas, de filósofos que hacen el esfuerzo de hacerse entender mediante un lenguaje sencillo y humano y gracias a esa labor, los buscadores, los que creemos que la filosofía puede servirnos de hilo de Ariadna para movernos por el laberinto del mundo, estamos un poco menos solos.

Gracias a la generosa mediación de quienes creen que la filosofía es demasiado necesaria como para dejarla reducida y encerrada en los ámbitos académicos, hemos ido comprobando que no ha sido en vano y nos hemos dejado ganar por sus efectos benéficos. En efecto, el ejercicio de la filosofía, de la búsqueda de la sabiduría y el conocimiento confiere sentido a nuestros pasos, ensancha nuestros horizontes vitales y nos ayuda tomar conciencia de nuestra realidad, tal como nos han advertido tantos maestros en el arte del pensamiento. La novedad es que afirmamos que todos podemos ser filósofos, con tan solo reconocernos como tales, y que nuestra sociedad sería más justa, en la medida en que fueran muchos los que lo hicieran. Lo decía hace poco Emilio Lledó, uno de nuestros grandes pensadores, con las obras de Platón en la mano, y nos ofrecía el ejemplo de que la filosofía ayuda a lograr la felicidad.

Volver a los clásicos

En el largo camino de búsqueda del sentido hay lugares de remanso, donde poder calmar las ansiedades y los desconciertos. No se pueden localizar físicamente, o quizá sí, porque en sentido estricto pertenecen al territorio mental donde se forjan los descubrimientos espirituales que aportan cierto «valor añadido» a la vida de todos los días. La experiencia nos va orientando en nuestro tránsito por los laberintos y cuando más necesitados estamos de nuevas propuestas, nos suele conducir a la compañía de los clásicos.

Esta verdad constatada también lo es para el conjunto de la Humanidad, pues cada vez que ha sentido la necesidad de contar con puntos de apoyo válidos para iniciar nuevos ciclos de creatividad y de innovación, ha recurrido a la herencia de los pensadores clásicos, con la seguridad de que en esas obras inmortales reside la posibilidad del encuentro con ciertas formas perfectas o arquetípicas, como modelos eficaces de lo que debe ser. Como si de una ley general de la Historia se tratara o de un modelo que ha demostrado su eficacia en diferentes tiempos y lugares, comprobamos que todas las civilizaciones han forjado sus períodos clásicos, es decir, aquellos especialmente fecundos en las creaciones culturales, siguiendo la inspiración de sus sabios atemporales, a los que se han ido uniendo seguidores o discípulos de los nuevos tiempos, como si un sistema establecido en cadena fuera garantizando la continuidad de la sabiduría perenne, la que vence al desgaste del presente, tal como la definían en el Renacimiento.

En medio del ruido ensordecedor de las infinitas opiniones contradictorias, de los escepticismos que nos paralizan, como si no hubiese salida para nuestras perplejidades, acercarnos de nuevo a los clásicos es la mejor estrategia para recuperar la serenidad y volver a la convicción de que es posible encontrar respuestas para las preguntas que nos hacemos, por encima y más allá de la presión de los acontecimientos cotidianos. Es un valor seguro para contrarrestar las incertidumbres, la base más sólida para fundamentar nuestras propias reflexiones y elaborar el mapa mental que nos sirva de orientación por el camino de la vida, en lo individual y en lo colectivo.

Volver a los clásicos sigue siendo la mejor invitación para los inquietos. En sus páginas, descubrimos el misterio de la actualidad perenne de sus planteamientos sabios, la vigencia de sus reflexiones, los secretos sobre la naturaleza humana que nos revelan. Por eso les hemos vuelto a dar voz y espacio, con el estímulo de poder ofrecer a nuestros lectores uno de esos remansos seguros donde recuperar fuerzas para seguir adelante por el camino de la experiencia.

La gran escapada

Si hiciéramos caso a los mensajes publicitarios que nos inundan en esta época del año, tendríamos que pensar que el mundo se ha detenido y todos nos hemos ido de vacaciones, es decir, hemos abandonado nuestra escena cotidiana y hemos escapado al país de nunca jamás, a salvo de las incómodas obligaciones y deberes.

Se parte de la base de que el trabajo, terrible maldición bíblica, es una ocupación inevitable y desagradable de la que hay que liberarse a la mejor ocasión. Por ello, el culto a las vacaciones ha sacralizado esos días vacíos de trabajo, de tal manera que se habla de enfermedades producidas por el regreso a las ocupaciones, aunque también de la ansiedad de quienes no saben qué hacer con el tiempo libre, una vez que han alcanzado el estado beatífico vacacional.

En el fondo de tales desajustes laten los desconciertos característicos de nuestra época y las habituales exageraciones con las que se enfocan en nuestra sociedad mediática las realidades que vivimos.

Una concepción cíclica del tiempo nos haría estar de acuerdo en que debe haber un tiempo para el trabajo y un tiempo para el descanso, como diría el Eclesiastés, pero no como dos estados antagónicos, sino complementarios y orientados a la finalidad y el sentido de la propia existencia. Una filosofía activa y vital nos invita a buscarlos entre la infinita variedad de nuestras posibilidades, siempre más abundantes de lo que estamos dispuestos a admitir. La búsqueda se convierte así en el hilo conductor que unifica nuestras experiencias, superando dicotomías falsas, pues todo cuanto hacemos, sea trabajar o descansar, cambiando de actividad y de horizontes, se encuentra iluminado por una atención que se mantiene despierta en todas las circunstancias.

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No tengo inspiración

¡¡Tengo obras en casa!! Vivo mientras tanto en el pueblo, en una casa que me han prestado mis suegros. Está al lado de un lago y rodeada de monte, pero no me puedo inspirar. Tengo la cabeza llena de azulejos, radiadores, tarimas, colores de la pared y no cabe la inspiración, sino la acción. Acción para intentar que la obra acabe a tiempo, acción para que la mampara esté puesta, para que la encimera sea de la que he pedido y no otra, para que ese enchufe que ha quedado detrás de un radiador salga de ahí inmediatamente, para que al dar al interruptor se encienda la luz adecuada, ¡por favorrrrrrrrr! Para que sí me pongan el decorado elegido en la pared del fondo de la habitación, para que ese decorado llegue de Barcelona antes de que los obreros se hayan ido… Pero qué digo ido, ¡pero si piensan pasar la Navidad en mi casa!! Me dicen que a qué hora comemos las uvas normalmente… Al menos tienen sentido del humor…

Empiezan mis vacaciones y yo no he tenido tiempo de pensar dónde voy, ¿para qué? Si no me queda pasta y me las voy a pasar colocando muebles y libros y lámparas, mientras, eso sí, los obreros siguen terminando la obra del Escorial, que no lo era.

Si yo sólo quería que los niños tuviesen una habitación más grande y de repente te dicen que tienes que pintar y, ya que estás, pues que lo pongas liso, y claro, hay que cambiar el suelo de tu casa, con lo estupendo que es el parquet que lleva ahí toda la vida. Pero si no lo cambias, te quedará la habitación con desnivel. ¿Qué? ¡Desnivel! Noo, poonga tarima, claro, ya la pago yo…, como total voy a tener que acabar haciendo yo horas extras de albañil en algún sitio para poder pagar esto que me presupuestaron por la mitad de lo que va a salir, ¡qué más da!

Y en todo esto, dices: necesito inspiración, no tengo inspiración, necesito vacaciones, no tengo vacaciones, necesito dinero, ¡ya no tengo dinero! Necesito tiempo, ¡¡hala!!, se ha roto la caldera, en medio de esta situación relajante donde las haya, en la que uno tiene toda la capacidad de reacción; lo que necesitabas era más pasta que gastar, más tiempo que perder y más polvo pises donde pises…

Busco la filosofía por los rincones de esa casa preciosa, en la que he vivido tantas cosas entrañables, y la busco en el lago y en el monte, justo mientras me voy corriendo a trabajar a las siete de la mañana y el sol se refleja en el agua, y piensas: mi coche va en la dirección equivocada, páralo y quédate aquí.

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¿Un único libro?

Hace poco tiempo, un amigo, me planteó la siguiente pregunta: si tuvieras que salvar un solo libro, ¿cuál elegirías? Inmediatamente contesté que ninguno. Y al rato, después de martirizarme un poco más con dicha pregunta, lo borré de mi lista de amigos. Dos buenas decisiones en muy poco tiempo, pensé.

De camino al trabajo, ya sentado en el autobús, me puse a mirar el paisaje a través de la ventanilla, como suelo hacer siempre. Esa distracción me relaja. Pero esta vez, había algo que no me dejaba tranquilo. No sé cómo, la dichosa pregunta seguía ahí, revoloteando alrededor de mi cabeza. De pronto, sin advertirlo conscientemente, empezaron a pasar por mi mente, de la misma manera que pasan los caballos en un hipódromo, autores y libros. Los había de todas clases; de literatura, de ciencia, matemáticas, historias de batallas, algunos de economía, sobre filosofía, incluso los había religiosos, etc. Pero la pregunta era muy clara: ¿un único libro?

La elección no era fácil; Cervantes o Shakespeare; Principia Mathematica de Newton o El origen de las especies de Darwin. La Biblia o el Corán; los Elementos de Euclides o tal vez, la geometría de Riemman; en filosofía están Platón o Aristóteles; El conde de Montecristo o Los tres mosqueteros; Ángeles y demonios o El capitán Alatriste; sin olvidar algunos cómics que me gustan mucho, etc., etc., etc.  Sí, no cabía duda, mi ex amigo había hecho un buen trabajo estropeándome el día. Al final no tuve más remedio que elegir uno, un único libro. Me decidí, con pocas dudas, por La República de Platón.

Después de pasar por esta dura prueba, he decidido pasar la misma pregunta a todos ustedes; no es que quiera que me pongan en sus listas de “ex”, pero compréndanlo: para qué están, si no, los amigos.

Ciclos

Ciclos

Uno de los elementos que mejor caracteriza a la Naturaleza son los ritmos y los ciclos. Existen ciclos de corto, medio y largo plazo. Ciclos diarios, mensuales, anuales, y a otras escalas astronómicas mayores.

CiclosEl ser humano, en tanto ser natural, también está marcado por los ciclos de la Naturaleza. Por el contrario, las máquinas no se rigen con este ritmo cíclico natural y pueden actuar de manera constante. Bueno, sí tienen ciclos de funcionamiento, pero suelen ser tan rápidos que dan la impresión de una acción continua.

El ser humano, en contraste con las máquinas,  sufre alteraciones con ciclos tanto físico-energéticos como emocionales, e incluso mentales. Hay momentos del día, de la semana o del año en los que los trabajos nos parecen más sencillos, en los que todo nos sale bien o en los que estamos más animados. Y otros en los que por mucho que nos esforcemos todo parece ir mal. A veces tenemos momentos de inspiración, o de brillantez en los que se nos ocurren las mejores ideas, en los que nos parece que caminamos alegremente, sin esfuerzo, cuesta abajo. Y otros momentos en los que necesitamos un descanso o queremos «consultar nuestras decisiones con la almohada», o que es preciso empezar de cero.

Mientras el ser humano “padece” estos ciclos, la máquina aparentemente puede estar continuamente funcionando, sin cansancio físico o emocional: tan sólo necesita una fuente ininterrumpida de energía para mostrarnos su fuerza, precisión, rapidez de procesamiento o cualquier otra labor en la que ayuda, complementa e incluso supera la labor del ser humano.

Aquí hay una aparente contradicción, puesto que por una parte nos beneficiamos de la ayuda de las máquinas, pero por otra despreciamos su comportamiento «poco natural», carente de ciclicidad, de aquello que consideramos más humano, como los sentimientos, los cambios de ánimo o las dudas. En nuestro lenguaje utilizamos despectivamente los términos «mecánico», «trabajo mecánico», «automático» o «maquinal» para aquellos en los que no nos implicamos con nuestra capacidad emocional y mental.

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Fresas con leche

Me estoy tomando un tazón de fresas con leche, buenísimo. Y es que estoy haciendo dieta, me preparo para el verano.

¡Qué va!, eso es una frase hecha. Me preparo para mí, me he hartado de vaguear y dejarme llevar. Me he dado cuenta de que, muchas veces, me dedico a hacer lo primero que pasa por mis circunstancias, y ni siquiera pienso si me apetece o si quiero hacerlo. Por ejemplo, asalto la nevera sin más ni más, o al jamón, o al donut que queda. Y me pasa lo mismo con el trabajo: de repente, me ofrecen algo y lo hago, y a lo mejor tenía cosas pendientes o algo que terminar. Es como si acumular no tuviese un coste para mí, o incluso fuese bueno.

Me da a mí que la sociedad consumista y actual nos ha metido el chip tan dentro que ya no apreciamos ni lo que admitimos; solo admitimos.

En ocasiones me he encontrado diciendo que sí a obligaciones autoimpuestas, incluso relacionadas con el ocio, cuando en realidad hay algo que me lleva apeteciendo hacer muuuucho tiempo, y nunca acabo de hacer.

Creo que no hacemos caso a lo que de verdad queremos hacer, a lo que de verdad queremos comer, a la cantidad de trabajo que, de verdad, queremos realizar, porque eso supondría un esfuerzo. Estamos tan acostumbrados a acoger para que todo lo que nos pasa por delante nos quepa en la vida apresurada que llevamos, que nos hemos olvidado de un par de verbos fundamentales como ELEGIR o DECIDIR, incluso los verbos QUERER, más que deber, o DESEAR, más que pasar por…

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Nos han robado nuestro silencio

«Nos han robado nuestro silencio». Guardo en la memoria esta reflexión de un monje budista de la película Kundum al escuchar en su monasterio las consignas de Mao, repitiéndose machaconamente por megafonía.

El otro día salí del cajero después de haber calculado cuidadosamente lo que me hacía falta para llegar a fin de mes. Mientras fijaba la vista en los números de la cartilla, una moto rugió justo a mi lado, sacándome de mis preocupaciones.

La causante del ruido no fue la moto, claro. Fue el ser humano que estaba metido dentro de aquel enorme casco, y del que no puedo decir si era hombre o mujer. Y fue tal el estruendo que armó que la pobre señora que estaba a mi lado casi salta a la calzada como un resorte.

–¡Hay que ver! Estos jóvenes no tienen respeto por nada –decía la buena mujer.

–Sí, señora, sí, qué razón tiene –la consolé.

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Día Mundial de la Filosofía

Desde hace varios años, la Organización Internacional Filosófica Nueva Acrópolis se ha adherido con entusiasmo a la iniciativa de la UNESCO de celebrar el tercer jueves de Noviembre el Día Mundial de la Filosofía. Como en muchos lugares del mundo, en los que se encuentra implantada nuestra organización, en las sedes españolas se celebran numerosas actividades dedicadas a esta conmemoración: tertulias, cafés filosóficos, charlas-coloquio, etc. En este año, la temática del ciclo se inspira en el lema «Aportes de la filosofía a un mundo en crisis».Día Mundial de la Filosofía 2010

UNESCO

En la labor cotidiana de Nueva Acrópolis, encaminada a promover la filosofía como forma de vida y como método para lograr encontrar una salida a los grandes desafíos de nuestro tiempo, personas de más de cincuenta países en todo el mundo, pertenecientes a las más variadas culturas, encuentran en la Filosofía una experiencia universal integradora y reconocen el patrimonio común de todos los ciudadanos del mundo, encarnado en los filósofos que en todos los tiempos han buscado afanosamente respuestas válidas para las acuciantes inquietudes y preguntas humanas. El diálogo filosófico, apoyado en un estudio comparado de las escuelas de Filosofía de Oriente y Occidente, es una de las maneras más civilizadas de hacer cultura y más universales.

El sueño de una Humanidad armonizada en compartir fines comunes tiene en la Filosofía atemporal una de sus más fiables posibilidades de realización. Así también lo ha comprendido la UNESCO con su invitación a comprobarlo.

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Tiempos difíciles, matemática y mitología

Pues bien; lo que yo quiero son realidades. No les enseñéis a estos muchachos y muchachas otra cosa que realidades. En la vida solo son necesarias las realidades.

Así es como comienza la novela de Charles Dickens Tiempos difíciles, en la cual hace una crítica a la filosofía del utilitarismo del siglo XIX. Pero si preguntamos al profesor: ¿qué es lo real?, lo más probable es que constate:

– Muchachos y muchachas, la realidad es que 1+1=2, no hay mayor realidad que esta. Y esta es la respuesta clásica que nadie o casi nadie pone en duda. ¿Qué puede ser más real, más evidente y más coherente con el mundo que nos rodea que el que una manzana más otra son dos?

Pero yo os confesaré que en casa tengo un mundo donde eso no ocurre; es un espejo, y no es el espejo de Alicia en el país de las maravillas. Es, simplemente, el espejo de mi cuarto de baño. Allí, sobre su superficie, con todo descaro, puedo ver cómo las gotas de agua se saltan esta verdad matemática. Observo cómo van deslizándose, sorteando dificultades, eligiendo cuidadosamente los caminos hasta que, al final, se unen. En su mitología, los griegos llamaron a este hecho Harmonía, y los romanos, Concordia.

Y nada mejor para superar estos “tiempos difíciles”, que tan bien describe Dickens en su novela, como un poco de concordia. Concordia en torno a la realidad de que quizás uno más uno, al final, solo sumen uno.