Hace poco pusieron por la tele un documental sobre Bután. La verdad es que sabía que era un país asiático, pero si me llegan a preguntar dónde está, no lo hubiera podido responder.
El caso es que ahora sé que está a los pies del Himalaya, entre el Tíbet y la India, en medio de las montañas y la selva, y que tiene menos habitantes que Alicante, por ejemplo (distribuidos más espaciosamente, eso sí).
Lo que me llamó la atención no fue la geografía ni el paisaje (una maravilla, por cierto), sino cómo medían ellos el progreso de su país, que fomentaban desde el Gobierno.
En vez del PIB (Producto Interior Bruto), que es el indicador que nos enseñan a nosotros ya en el colegio desde hace décadas como medidor del grado de desarrollo de un país (o sea, qué grado de bienestar material hemos alcanzado), ellos hablan de la FIB (Felicidad Interior Bruta), que consideran la verdadera fuente de riqueza del mundo. Y, ¡caramba!, me gustó el cambio de medidor.
Contaban que la Felicidad Interior Bruta (que no es un concepto nuevo aunque yo me haya enterado ahora, pues lo lanzaron en los años 70) se fundamenta en cuatro pilares: