Tenemos que descubrir la trayectoria necesaria de nuestra vida, que solo entonces será la verdaderamente nuestra, y no de otro o de nadie, como lo es la del frívolo.
(José Ortega y Gasset)
Escrito por LILIA GARCIA CHIAVASSA
Estaba hace unos días conversando con una vecina que me contaba sus aventuras y desventuras de los últimos meses y me repetía una y otra vez: todo lo que sucede, conviene. Lo decía intentando justificar y aceptar ciertas circunstancias adversas que le habían hecho padecer algunas penurias. Luego de alentarla con cariño a superar las adversidades y despedirme de ella, la frase quedó repiqueteando en mi mente como un mantra insidioso.
¿Es realmente así? Todo lo que sucede, ¿conviene? No puedo dejar de pensar que hay millones de personas que sufren calamidades extremas de toda índole. Sin embargo, hay ciertas corrientes de pensamiento o incluso escuelas filosóficas que postulan que todo lo que sucede es por algo, que existe cierto determinismo en el devenir de los acontecimientos.
La idea de que hay un destino predeterminado del que los seres humanos no pueden escapar es un concepto que, si se lo toma al pie de la letra, puede resultar inmovilizador. ¿Para qué voy a hacer esto o aquello (léase: esforzarme), si mi destino ya está marcado de antemano por un designio misterioso que no comprendo? Prefiero creer que tenemos un amplio margen de maniobra para conducir nuestros pasos por la vida, y no, que somos simples elementos de un engranaje que nos arrastra indefectiblemente.
– Enhorabuena, profesor. Descubrir esos tratados cuidadosamente protegidos en un baúl en estratos tan antiguos constituye el mayor hallazgo arqueológico del siglo. ¿Fue su intuición lo que le llevó a señalar este lugar para comenzar la excavación? –preguntó el periodista.
–No. Los había puesto yo allí –contestó el viajero del tiempo.
Hace poco volví a ver la película Pinocho, de Walt Disney.
Las películas sencillas muestran lo blanco muy blanco y lo negro muy negro, lo que tiene una ventaja: se distinguen fácilmente. Vamos, que se aprende de forma relajada, lo cual es de agradecer.
Nuevamente vi al hada azul cómo prometía a Pinocho la posibilidad de ser algo más que un muñeco de madera. Llegaría a ser un verdadero niño de carne y hueso si lograba superar un periodo de prueba para demostrar que realmente era merecedor de tal categoría. Nada de regalos sin más. Le dejaba con un acompañante singular: la voz de su conciencia (“Deja que tu conciencia sea tu guía”).
Soy fan de Pepito Grillo. El pobre ejerce de voz de la conciencia de Pinocho, lo cual es un trabajo a jornada completa y sin remuneración (así le va, a veces).
Y qué podemos decir de su magnífica explicación de dónde están el bien y el mal, tan clara como la que nosotros mismos daríamos en su lugar:
Escrito por LILIA GARCIA CHIAVASSA
Es posible cambiar nuestros hábitos, actitudes y formas de pensar para construir una sociedad mejor.
Habitualmente, antes del comienzo de un nuevo año muchas personas se imponen propósitos para cumplir en el transcurso del siguiente año, como bajar de peso, dejar de fumar, hacer ejercicio, etc. Al cabo de unas semanas, en la mayoría de los casos estos propósitos han caído en el olvido sepultados por la rutina. Tal vez deberíamos preguntarnos si somos conscientes de lo difícil que es cambiar, aunque sin embargo, asistimos atónitos ante el espectáculo de un mundo que cambia permanentemente.
Reconozcamos que cambiar es difícil, muy difícil, pero no es imposible si existe una verdadera voluntad, una motivación profunda y válida para realizar el cambio que deseamos. En la medida de lo posible, debemos evitar contradicciones entre lo que pensamos, lo que decimos y lo que hacemos. Aunque esto suene muy lógico, no siempre somos consecuentes con esos tres planos de nuestra propia realidad. Otro factor interesante sería abordar algunos cambios gradualmente, pero con ritmo parejo, evitando caer en altibajos que responden a los propios vaivenes emocionales y energéticos. Aceptemos de antemano que surgirán dificultades que tendremos que intentar resolver siempre desde la armonía.
Buenos días, dijo el Principito.
Buenos días, dijo el internauta.
Era un personaje rechoncho, con una cara de forma casi rectangular, nariz achatada y amplia frente. Una cara casi plana, como un libro.
Cuatrocientos setenta y ocho mil doscientos veintinueve, cuatrocientos setenta y ocho mil doscientos treinta, cuatrocientos setenta y ocho mil doscientos treinta y uno…
El Principito creyó que estaba de nuevo ante el rico contador de estrellas.
El otro día me encontré con uno de mis vecinos, que es joven y despierto, y que por lo visto había oído comentar algo en casa sobre Nueva Acrópolis y, sabiendo que me muevo en este ambiente desde hace algunos años, me preguntó directamente: “¿Qué es Nueva Acrópolis?”.
Ante esta pregunta a bocajarro (con la que por cierto, me topo con cierta frecuencia) pensé que, mejor que contestarle con una definición y una enumeración de principios, podía explicárselo como cuando él me responde a mí si le pregunto por algo que él hace y yo desconozco (es que vivo en un sitio donde los vecinos son como los de antes, que se relacionan y hablan).
Así que, sin más, se desarrolló un diálogo tal que así:
–¿A ti te parece que hay cosas que se podrían mejorar en el mundo?
–Sí.
Me he dado cuenta de cuánto se parece el arte de vivir al aprendizaje de la natación.
Vivir es aparentemente un acto trivial. Llegamos a este mundo sin ser conscientes y enseguida comienzan a funcionar nuestros instintos para mantener ese regalo de la vida que nos han dado nuestros padres. Vivir es bien sencillo y todos somos capaces de hacerlo sin siquiera plantearnos cómo hay que hacerlo, cómo hay que vivir.
También la natación, o al menos el mantenerse a flote, no es algo demasiado difícil. En aguas tranquilas, y sin ponerse nervioso, todos seríamos capaces de permanecer en el agua e incluso nadar. De hecho, durante los nueve meses de gestación nos mantenemos en un medio líquido: en pruebas realizadas con bebés de pocos meses se ve cómo con esa edad podemos nadar perfectamente.
Luego la vida hace que olvidemos cómo nadar e incluso tengamos miedo al agua. Necesitamos un nuevo aprendizaje vital para volver a nadar, y así más o menos manejarnos, como hacen la mayoría de los seres humanos con la vida: simplemente mantenerse a flote, a veces avanzar un poco, desplazarse una corta distancia.
Pero nadar realmente bien, como vivir plenamente, requiere un detenido aprendizaje y prestar atención a muchos detalles. No es algo trivial, sino que intervienen muchos pequeños factores que marcan la diferencia.