No es fácil dejar de cometer faltas, pero sí lo es tratar por todos los medios de no cometerlas. Y no poca cosa es esta ininterrumpida atención, que disminuye el número de nuestros errores impidiendo caer en muchos de ellos.
(Epicteto)
Lo importante es mirar hacia adelante sabiendo que el camino solo aparecerá ante nuestros ojos si comenzamos a caminar.
Lo importante es reconocer que hay otros que también caminan, y preferir ayudarnos mutuamente a hacernos daño mientras dura el tramo que compartimos.
Lo importante es pararnos un momento en medio del camino y recordar los horizontes que buscábamos, corrigiendo nuestro rumbo si comprobamos que no vamos bien.
Lo importante es sembrar en cada paso del camino una esperanza, un acto generoso, un pensamiento amable con quienes están más cerca y con la naturaleza que nos cobija.
Lo importante es aquello que nos hace sentir que no hemos derrochado excesivamente el tiempo que tuvimos.
Algunas veces me sorprendo preguntándome por qué me gustan los perros.
Mi casa y mi ropa están llenas de pelos de chucho, mis horarios están condicionados por las horas y tiempos en los que deben salir a pasear, salgo a la calle con lluvia, nieve o sol para que hagan sus necesidades tres veces al día, limito mis vacaciones a los lugares donde son admitidos y, algunas mañanas, mi cama amanece invadida de animales que creen que somos una manada y, como tal, cualquier lugar es bueno para dormir juntos.
Algunas de mis amistades y familiares me preguntan qué hago con tanto perro (3). Otros comentan que por qué rescatar animales habiendo niños que lo necesitan más, como si fuesen cuestiones excluyentes. Y por eso a veces me detengo a hacer el sano ejercicio de reflexionar sobre por qué hago lo que hago.
La respuesta es, quizá, muy personal, pero igualmente la comparto con vosotros. Quizá así podáis entenderme.
Hace más de 25 años que decidí hacer uso práctico de las enseñanzas filosóficas para ser mejor persona, convencida de que son las personas que luchan consigo mismas por vencer sus defectos y desarrollar mejor sus virtudes las que pueden hacer que el mundo sea un lugar un poco mejor.
Alegoría de la Filosofía, del pintor Francesco de Mura
Muchos son los eslóganes que se lanzan y corean en encuentros reivindicativos para legitimar cualquier aspiración de un grupo (“el mío”), sea religioso, político o deportivo, y que evidencia que lo que hacen “los otros” es ignorar “mis” derechos o “mis” ideas.
Es bueno defender las propias ideas y los propios derechos, siempre que sean razonables, éticos y verdaderos.
A propósito del libro de Eli Pariser «El filtro burbuja» y del 1 de octubre.
Por un cierto mecanismo psicológico, estamos más inclinados a creer lo que hemos escuchado antes. Con la información como con la comida, somos lo que consumimos. Es algo que sabía muy bien aquel que dijo que “una mentira repetida adecuadamente mil veces se convierte en una verdad”. La inteligencia de nuestros lectores me permitirá obviar su nombre.
Por ello, por ejemplo, los «expertos» que invierten mucho tiempo en desarrollar teorías para explicar el mundo, después de algunos años de trabajar en ellas, tienden a verlas en todas partes. Este es el origen del geocentrismo, del antropocentrismo, del egocentrismo y hasta de los nacionalismos.
El problema en nuestro tiempo se agranda cuando buena parte de la información que llega a nosotros ya no es elegida por un editor, sino por algoritmos que tratan de mostrar lo que a nosotros ya nos gusta a priori. Nuestra identidad moldea nuestros «medios de comunicación», conformados por los resultados de las búsquedas de Google y de las actualizaciones de nuestros contactos de Facebook, que nosotros mismos hemos elegido.
Hacemos clic en un enlace, indicando un interés en algo, y esto implica que probablemente veremos más artículos sobre ese tema en el futuro, que a su vez es primordial para nosotros. Nos quedamos atrapados en un bucle y, si nuestra identidad se representa mal, comienzan a surgir patrones extraños, como la reverberación de un amplificador.