Los filósofos y el mundo

Hay filósofos y místicos que van por la vida con un halo de pureza y elevación. Tanto es así que en su filosofía y misticismo evitan mezclarse con el común de los mortales, con aquellos que no han alcanzado, como ellos, la profunda comprensión del universo y la vida. Entre ellos los hay que, en la creencia de saberlo todo, se atribuyen experiencias que nadie más ha tenido y el poder de juzgar a otros sin rubores. Son aquellos que hablan y hablan, pero nunca escuchan. También los hay de los que guardan un orgulloso mutis, porque sienten que nadie está capacitado para comprender la altura de sus pensamientos y no quieren echar margaritas a los cerdos. Estos tampoco suelen escuchar a los demás, sencillamente porque poco les importa lo que los otros tengan que decir.

No creo que esas personas tengan de filósofos o místicos más que el nombre. Un filósofo no puede nunca esconderse del mundo, ni levantar muros entre la humanidad y él. El objetivo de un filósofo que hace honor a su denominación de amante del conocimiento es, siempre, hacer del mundo un lugar mejor, no vivir al margen del mundo.

Podría parecer que el amante del conocimiento es, simplemente, un amante de lo teórico, de las palabras y los pensamientos, pero no de las acciones. Por alguna perversión del tiempo hemos separado en la filosofía la teoría de la práctica, y el conocimiento nos hace imaginar canosos ancianos de largas barbas, que se dejan la vista entre libros y tratados; sabios por los conocimientos que atesoran, e inaccesibles para los que quieran descubrirlos.

En la filosofía no existe eso de “yo y el mundo”, con un “yo” en el centro de la existencia y un “mundo” externo y ajeno a ese “yo”. La filosofía pertenece al mundo y es el mundo. El filósofo nace en el mundo, en él se forma, en él toma sus experiencias y a él debe su servicio. No como una entelequia, sino como una realidad. Si la filosofía se pregunta por la vida, el universo y la humanidad, es porque su objetivo es descubrirse como un actor vivo de ese universo que contempla y de esa humanidad de la que forma parte.

Un filósofo no puede, entonces, no sentir que su compromiso es con el mundo y con las gentes que del mundo forman parte. No tenemos más que echar un vistazo a esa gran maestra que es la Historia y encontrar que aquellos a los que llamamos filósofos, siempre han estado implicados en el mundo y la sociedad que les ha tocado vivir. Han participado del gobierno de sus ciudades, han intervenido en los asuntos de su entorno, han combatido en tiempo de guerra y educado en tiempo de paz. Ninguno de ellos vivió en una torre de marfil, ninguno se creyó por encima de los demás, ninguno creyó que el mundo era algo ajeno a él. Un filósofo es, y siempre será, aquel que se esfuerza, día a día, investigando, amando y sirviendo, para que el mundo en el que vive sea un poco mejor.

Sócrates perplejo: la posverdad

Cuántas veces nos habrán repetido siendo niños: “No se dicen mentiras”.

Pues, hala, llegamos a adultos y lo de decir mentirijillas se nos queda pequeño.

Acabamos de inventar las macromentiras, o sea, las mentiras a nivel planetario, que incluyen todas las variedades de este producto: calumnias, patrañas, medias verdades y bulos. Con ellas, hemos generado la posverdad, que significa que el discurso emocional y los prejuicios se imponen a los hechos objetivos en los estados de ánimo de la opinión pública.

Nos quedamos tan campantes siendo aplastados por la avalancha de falsedades que nos echan encima.

No se trata de inofensivas mentiras que no nos afectan. Al contrario, nos incumben y mucho, pues determinan la marcha de la sociedad en que vivimos y, por tanto, nos incluyen en la corriente que arrastra nuestro mundo en una determinada dirección.

Continue reading

Vivir o sobrevivir, esa es la cuestión

En realidad, la cuestión es vivir y sobrevivir.

O, en su orden natural, primero sobrevivir y, luego, vivir.

Es obvio que necesitamos tener cubiertas las necesidades básicas para que nos planteemos cuestiones más profundas, aunque no menos importantes. Acongojados por las cuestiones cotidianas, nos falta a veces la perspectiva que nos permita encontrar el equilibrio interior. Y, sin embargo, ¿no es eso lo que pretendemos tener conquistado cuando lleguemos al final del camino?

El no tener preocupaciones materiales, sin embargo, no garantiza tener una vida interior satisfactoria. Hace falta descubrir por qué vivimos, para qué estamos en el mundo que nos ha tocado, cuáles son las acciones que nos ennoblecen y cuáles las que nos alejan de nuestra condición humana.

Importa lo material: el alimento, el albergue, el arroz.

Continue reading

Consumir violencia

El otro día viajaba yo en el tren, y como cuando viajas siempre hay una pantalla donde puedes ver una peli para pasar el rato, me puse a ver la que tenían programada. Se parecía mucho a la que vi el mes pasado en el bus, aunque no tenía nada que ver. Era una película de violencia. Bueno, ahora las llaman “de acción”.

Era muy realista en lo que se refiere al tipo de armas empleado, cantidad de sangre en proporción a los golpes, nivel de estruendo según la cantidad de bombas, variedad de maneras de causar daño a otro, etc.

Lo de los valores éticos del protagonista dejaba un poco que desear para mi gusto. Yo estoy de acuerdo con Platón en que no hay información aséptica cuando se recibe sin poner la conciencia: o te hace bien, o te hace mal; y eso es un problema con algún tipo de cine. Que por cierto se parece mucho a la puesta en escena de algunos videojuegos que descubro mirando por encima del hombro de algunos chavales cuando juegan cerca de mí.

“Consumimos” violencia a tutiplén sin venir a cuento en los productos televisivos y jolibudienses en los que un “bueno” con pinta de sucio, con una metralleta en una mano y un móvil en la otra se carga a 5 “malos”.

¿De qué nos sirve?

Continue reading

No se admiten niños

Los niños a veces son insoportables: chillan, berrean, moquean y tienen la irritante manía de hacer pucheros por todo. Estás tranquilamente disfrutando de una cerveza en una terraza y ahí está el niño, metiendo su cochecito en tu tapa, o corriendo entre las mesas. Si estás haciendo cola para el cine, ahí está también, preguntando en voz alta si el Capitán América es más fuerte que Hulk o no; ¡pero si la vas a ver ahora! Parece que no tienen educación ni modales, y sus padres apenas son capaces de hacer otra cosa que atiborrarlos a caramelos para que se callen y todas las miradas dejen de clavarse en ellos. Menos mal que hay sitios donde no se admiten niños y los adultos podemos estar tranquilos, lejos de su exceso de energía y falta de control emocional.

¡Los niños! Dicen que son la semilla del futuro; una semilla, la verdad, que cada vez toleramos menos. No es solo que incordien al vecino y den trabajo a la familia, es que encima hay que educarlos. Con lo fácil que sería conectarlos en plan Matrix a una máquina, y que se descargaran de ahí todos los conocimientos y toda la educación que necesitan para llegar a la edad adulta sin molestar.

–¡Hola papá!, ya soy adulto.

–¡Qué bien, hijo!, no nos hemos enterado, ¿cómo te llamas, por cierto?

Y lo cierto es que sí, son las semillas del futuro. No hay más que pensar en las personas que ahora llevan las riendas del mundo: los que deciden las políticas, los jueces que aplican las leyes, los que mandan tropas a la guerra o los que contaminan ríos y mares, todos ellos fueron niños alguna vez. También fueron niños los que rescatan animales, los médicos que van voluntarios a trabajar a países en desarrollo y quienes luchan por la vida digna y los derechos de otros seres humanos. Todos ellos fueron niños y otros, que fueron niños también, les sustituirán.

Continue reading

Paz y justicia

Vuelven a alzarse pancartas que nos reclaman justicia recordando que no habrá paz sin justicia social, y tal vez no les falte razón, pero no podemos olvidar que para que haya justicia social es imprescindible una ética individual; no solo leyes y sistemas justos, sino auténticos valores humanos conduciendo el corazón de quienes han de vivirlas y aplicarlas, especialmente en los gobernantes y responsables sociales de cualquier nivel.

Y esto ¿cómo se logra? Difícil respuesta; yo, al menos, no lo sé, pero sí sé que no se logra únicamente con decretos, ni armas, ni discursos.

Tal vez yo no tenga aparente poder para hacer del mundo un lugar más justo, pero sí puedo hacer de mi propia vida un territorio personal de concordia que contagie a los territorios vecinos, un territorio donde pueda levantar una bandera que no delimite fronteras, sino que alce sueños visibles y altos para quien quiera compartirlos (mi bandera sería tricolor, de voluntad, de amor y de inteligencia).

Yo sí puedo hacer de este espacio, pequeño pero real, el territorio de mi vida, un lugar donde ser justo, honesto y bondadoso, valiente, responsable y veraz. Y puedo elegir a quien quiero que lo gobierne, y con qué programa educativo, con qué medidas saludables y con qué política de consumo. Puedo elegir a mis ministros y consejeros… incluso proclamar a los héroes de mi pequeña patria, este territorio de mi propia vida.

Tal vez no consiga cambiar el mundo, es lo más probable, pero en el peor de los casos podré ser el gobernador de mí mismo… y seré feliz.

Continue reading