Esta reflexión va a ser breve. Solo quiero compartir una curiosidad, de esas que te hacen ladear la sonrisa y decir: ¡ahhhh! Por trabajo y por afición me gusta leer noticias de ciencia, estar al día de los últimos descubrimientos y de las conclusiones a las que llegan los investigadores.
Hace nada que neurocientíficos de Oxford, dedicados a estudiar los procesos y mecanismos que usa el cerebro para crear los recuerdos, han descubierto algo sorprendente: existen los antirrecuerdos.
Para que un recuerdo se fije en nuestro «disco duro», las neuronas tejen una microrred única, un patrón neurona específico que se corresponde con un recuerdo concreto. Hasta ahora se conocía ese mecanismo, pero lo que no se sabía es que, al mismo tiempo que teje la red del recuerdo, teje la red del antirrecuerdo, que es una red idéntica… pero opuesta. Una especie de contrario, reflejo o como se quiera llamar, que equilibra el proceso y evita que se produzca una sobrecarga eléctrica en la red neuronal, especialmente cuando aprendemos algo nuevo, que es cuando más conexiones y reconexiones se producen.
Así que tenemos recuerdos y antirrecuerdos, pero también la ciencia ha encontrado la antimateria de la materia, las moléculas también tienen sus imágenes especulares, los venenos sus antídotos y miles de cosas más que cuentan con su opuesto, con su otra mitad dentro de este mundo polarizado.
Me gusta encontrar cosas como esta, porque cuando se ven las cosas desde el punto de vista ecléctico, es bonito recordar las leyes del Kibalión, la de polaridad, la de dualidad, la de mentalidad, la de vibración… y ver que, aunque se hayan aparcado algunos conocimientos ancestrales en el lado de lo fantástico o de lo mítico, lo cierto es que no se puede pasar de largo cuando ciencia y tradición convergen.
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