Tecnología: ¿a favor o en contra?

TECNOLOGIA

Esta es la pregunta que mucha gente se hace. ¿Hay que estar a favor o en contra de la tecnología? Parece que necesariamente la respuesta tuviera que ser «sí» o «no». Pero no es así. La respuesta es «depende».

Una de las principales razones a favor del uso de la tecnología es el ahorro de trabajo, tiempo y dinero. La tecnología permite que realicemos mucho más rápido y mejor muchas tareas hasta ahora tediosas. Algunas directamente las realizan las máquinas. El ser humano solo interviene en el proceso de analizar los datos procesados por los ordenadores, y pronto eso tampoco será necesario.

En los últimos años, los avances tecnológicos han permitido desarrollar nuevas técnicas de diagnóstico; asistencia robótica para operaciones delicadas; conversaciones en tiempo real desde puntos remotos del planeta; la puesta en común, gracias a la digitalización y la creación de repositorios, de bibliotecas completas, estudios académicos, investigaciones, tesis… Podemos mirar al espacio desde un ordenador en nuestras casas, y aunque eso no suple la íntima comunión de elevar los ojos al cielo y mirar las estrellas (siempre que estés muy lejos de la ciudad), sí que ayuda a muchos aficionados pedir tiempo de los telescopios profesionales para ver allá donde los ojos no alcanzan.

La tecnología ayuda a que millones de personas en todo el mundo puedan acceder a todo tipo de documentos y archivos, en lo que se ha dado en llamar la «democratización» del conocimiento. Algo que tendría que ayudar a diluir las cada vez más marcadas líneas que separan a los ricos de los pobres, siempre que los pobres también puedan acceder a Internet.

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Cuando la villanía se convierte en costumbre

CUANDO LA VILLANIA

 

Vivimos en una época en la que muchas situaciones parecen empujarnos al desánimo y al hartazgo; el paro nos toca de cerca (si no es a mí, es a mi primo, a mi vecino o a mi amigo); la corrupción es el pan de cada día (el empresario de esta compañía o el político de aquel color); las desigualdades son cada vez más evidentes (a unos los persiguen porque tienen que trepar a una valla si quieren huir de la miseria y recuperar un poco de dignidad; a otros los persiguen porque trepan sobre quien haga falta para salvar los millones que han robado disfrazándose de personas dignas).

Las muchas palabras vacías y biensonantes que hemos escuchado durante tanto tiempo han conseguido que nos planteemos a veces si, de verdad, esto tiene remedio.

Por un lado, los gobernantes aseguran que pondrán «todos los medios» para corregir los desmanes  de aquellos que solo se preocuparon de su propio beneficio. Por otro lado, los que arriesgan su vida y abandonan la comodidad que les tocó en suerte por ayudar desinteresadamente a los que nacieron en lugares apestados de la Tierra, son mirados con recelo a su regreso, porque parece que solo se contagia el ébola y no tanto el valor y la generosidad de la que son admirable ejemplo.

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Las palabras adecuadas

LAS PALABRAS ADECUADAS

En cierta ocasión un discípulo preguntó a Confucio qué sería lo primero que haría en el caso de que un rey le confiase el gobierno de un territorio, a lo que Confucio, sin dudarlo, respondió: “Mi primera tarea sería, sin duda, rectificar los nombres”. El discípulo, confundido, le preguntó a su maestro si estaba de broma. Confucio aclaró: “Si los nombres no son correctos, si no están a la altura de las realidades, el lenguaje no tiene objeto. Si el lenguaje no tiene objeto, la acción se vuelve imposible y, por ello, todos los asuntos humanos se desintegran y su gobierno se vuelve sin sentido e imposible. De aquí que la primera tarea de un verdadero estadista sea rectificar los nombres”.

Reconozco que esta anécdota de Confucio ha hecho que me pregunte, por mucho tiempo, lo mismo que su discípulo: ¿estaría de broma?, ¿realmente eso serviría para algo? No hace mucho me di cuenta de por qué decía eso y hasta qué punto era importante.

Hay una empresa estadounidense (no será la única seguramente) que vende sus productos bajo el eslogan “¿Cuánto sabes de ti mismo?”. Pero no vendía nada relacionado con la filosofía o la psicología, sino genotipos. Por 99 dólares y una muestra de sangre te entregaban un sobre con toda la información que eran capaces de extraer, mediante su sofisticada tecnología, de tus genes.

En la televisión, una mujer guapa y delgada demuestra que un laxante te puede hacer sentir mejor, más activa, más vital y hasta más feliz. También hay galletas, compresas, cremas faciales y mahonesas con las mismas propiedades. La vida, la alegría, la solidaridad, el entusiasmo, la superación, el valor y la identidad se venden en latas de Coca-Cola.

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Inteligencia al poder

INTELIGENCIA AL PODER

 

¿Os habéis fijado qué de objetos inanimados son inteligentes según nuestra peculiar forma de denominar las cosas?

Me refiero a que muchos tenemos «teléfonos inteligentes», o sea, de esos que, si tú quieres, te dicen dónde está la pizzería más cercana solamente con pulsar un par de teclas. Tal vez el tuyo realice algunas sofisticadas funciones mediante intercambios de información con un satélite que orbita en el espacio interestelar alrededor del planeta en el que vives. Estos aparatitos llevan también un GPS para que no te pierdas nunca (aunque quieras) y una cámara de vídeo para que filmes al vecino si te apetece (que mejor no, porque está feo).

Tenemos también «edificios inteligentes», esos que tienen ascensores en los que entras y una voz te informa del piso por el que estás pasando. Algunos, además, llevan un control automatizado (es decir, que no tenéis que estar pendientes ni tú ni el portero) de la climatización, la iluminación de las áreas comunes, la detección de incendios y, por supuesto, de cualquier ladrón despistado que entre en alguna vivienda que no es la suya.

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