Es curioso el fenómeno de la luz…
Hay un momento en La Ilíada de Homero en que a Aquiles se le plantea un dilema: tiene que elegir entre tener una vida corta y gloriosa o disfrutar de una vida larga y placentera sin grandes cosas que reseñar. La cuestión se la formula su madre, que era diosa y había oído algo de una profecía que le concernía (eso era una madre).
Esto me recordó las enseñanzas de un gran filósofo del siglo pasado (J. Á. Livraga) cuando explicaba cómo es inevitable que una vela se consuma para poder dar luz. En su sentido filosófico significa que en la medida en que se ilumina nuestro camino a través del esfuerzo individual por ser mejores y mejorar un poco el mundo, se ilumina también un poco el de aquellos que nos rodean.
Ahora es poco probable que nuestra madre nos presente una elección tan bestia como la de Aquiles, pero en cada recodo de la vida, una voz al oído, como si fuera un geniecillo al que le resulta difícil estar callado, nos sigue preguntando: ¿quieres ser luz que ilumina o vela de cera sin estrenar? O, según el día que tenga el geniecillo: ¿qué prefieres? ¿Una vida dedicada a obtener el reconocimiento de los demás y el beneficio propio, o una vida ceñida a unos principios éticos aunque eso te cueste ser menos rico o incluso que te tachen de tonto o te ignoren?
Dado que vivimos tiempos más bien oscuros (y no lo digo precisamente por que hayan bajado la iluminación de algunas ciudades por la contaminación lumínica y por la crisis), no vendrían mal algunas velas más. Si habéis hecho la prueba en algún sitio poco transitado o en algún lugar del campo, habréis comprobado que la luz de una vela en la oscuridad absoluta se ve desde muy lejos. Y no solo ilumina al que la lleva en la mano, sino a cualquier otro que se arrime a su vera. Vamos, que podemos animarnos a encenderla por nosotros o por los demás, lo que más nos motive.