El arte de morir

EL ARTE DE MORIR

En nuestra lucha por reducir las realidades inciertas que acompañan nuestra vida, con frecuencia olvidamos las certezas incuestionables y hacemos como si nuestras más profundas evidencias fueran tan relativas como esas otras contingencias que enfrentamos a diario. Quizá la certeza total, la más imponente y ante la cual no caben escapatorias es que vamos a morir, de tal manera que, una vez llegados a este mundo, la única seguridad que podemos tener es esa cita inexorable con la muerte.

Resulta asombrosa por otra parte nuestra capacidad de olvido y de dar la espalda a algo tan nuestro, tan propio de nuestra condición humana, pues, a pesar de todo, nos coge siempre desprevenidos, como un enemigo que nos estuviera acechando para caer sobre nosotros en el momento más inconveniente y no queremos aceptar de ninguna manera lo inevitable de su intervención. Hay como una contradicción dolorosa en nosotros entre un intenso deseo de perdurar, de mantenernos en la corriente de la vida, y la evidencia de que a la vez ninguno lo vamos a lograr, a no ser en la memoria, que se expresa de tantas maneras, sea en la propia, sea en la de los que en algún momento nos encontraron.

Muerte y vida son como las dos caras de una misma moneda, han dicho los filósofos y los hombres santos de todos los tiempos, y nos han proporcionado ciertamente un buen legado de reflexiones y doctrinas acerca de la manera de soportar el peso de una contradicción tan desgarradora. Han tratado de enseñarnos cómo vivir plenamente, cómo alcanzar felicidad sin que la permanente compañía de la muerte nos angustie ni nos paralice, pues es difícil aceptar que sea la muerte la continua vencedora en una lucha tan desigual como la que se libra en lo más íntimo de nosotros mismos. Sin embargo, con bastante frecuencia optamos por dar de lado ese extraño enigma y hacemos como si no fuese a resolverse de manera tan lacerante, como si no nos fuésemos a separar nunca de quienes amamos, como si la intensidad con que vivimos no se fuese a agotar.

De repente, el encuentro con la muerte de otros, o con la posibilidad de la nuestra nos hace preguntarnos si no habrá también alguna manera de aprender el arte de morir, cuando al parecer hemos sido tan hábiles en elaborar un sofisticado arte de vivir. Quisiéramos encontrarle un sentido a lo que no tiene sentido, al menos aparentemente, nos afanamos en solventar la doble certeza que nos hace sentir que de alguna manera quien se ha marchado de nuestro lado, siempre antes de lo que hubiésemos previsto, sigue ahí, en otra dimensión quizá y al mismo tiempo su evidente ausencia, la negación casi total de su compañía.

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Por fin, Escher

escher_belvedereEl informático Gershon Elber y su equipo del laboratorio del Institute of Technology Technion, en Israel, han diseñado un programa capaz de hacer realidad el sueño de millones de admiradores: pasar la arquitectura imposible de Escher de las dos dimensiones, 2D, a 3D, gracias a un nuevo programa informático.

Una vez, el pintor alemán Maurits Cornelis Escher, declaró: “Mis ideas están basadas en mi asombro y admiración por las leyes contenidas en el mundo que nos rodea. Quien se maravilla de algo, toma conciencia de algo maravilloso”. Y ahora, gracias al trabajo del informático Gershon Elber, podemos maravillarnos y tomar más conciencia del trabajo de este gran artista. A él siempre le obsesionó el conflicto entre lo que era capaz de imaginar en tres dimensiones y la forma de plasmarlo en el plano, de solo dos dimensiones, sin que por ello perdiera la fuerza ni perspectivas del mundo real.

Para superar estos problemas, Escher creó unas técnicas que consiguen una serie de ilusiones ópticas muy logradas. Sin embargo, para el que vea por primera vez alguna de sus obras, es complicado imaginar sus peces, aves, escaleras que suben y bajan al mismo piso, torres, círculos, triángulos… en tres dimensiones, es casi imposible. Y eso es precisamente lo que se propuso Gershon Elber y su equipo: sacar del mundo de dos dimisiones las litografías y dibujos, y traerlos a nuestro mundo de tres dimensiones. Para ello crearon un software capaz de convertir las ilusiones ópticas de los dibujos de Escher en órdenes precisas para que una impresora haga una copia de la obra en tres dimensiones. Con la gran ventaja de que la copia en 3D mantiene las ilusiones ópticas diseñadas originalmente por Escher. Este logro del software de Elber se publicó en la revista Advances in Architectural Geometry.

Con motivo de este logro, el Technion (Israel Institute of Technology) ha publicado el vídeo que podemos ver abajo con todo el proceso de fabricación. En él podemos ver, paso a paso, cómo el profesor Elber envía los datos a una impresora 3D. Tras una espera de 27 horas de impresión, el milagro: una versión de la litografía de Escher, conocida como “Belvedere” en tres dimensiones. Que podemos coger, girar y tocar. Y tal como declaró el propio Escher:”Quien se maravilla de algo, toma conciencia de algo maravilloso”.

La nave estelar

Quisiera dedicar el espacio de hoy a «un clásico» de la música española contemporánea, Santiago Auserón. Perteneció desde 1979 a 1992 el grupo Radio Futura, uno de los mejores grupos españoles de los años 80, con éxitos como «Escuela de calor», «Veneno en la piel», «Corazón de tiza», etc.

Tras la desaparición del grupo, él siguió con el proyecto que denomina «Juan Perro», haciendo música con mezcla caribeña, latina, afroamericana, etc. Su ambición musical es comparable a la poética. Porque Santiago Auserón es también un teórico de la poética musical, en donde introduce ideas filosóficas, dado que él obtuvo una licenciatura en Filosofía en la Universidad de la Sorbona (París). Recomiendo en particular la lectura de este artículo para conocer su pensamiento sobre la música. O escuchar esta interesante entrevista radiofónica, que he seleccionado a partir del minuto 8, aunque podéis escuchar completa.

De entre tantas canciones interesantes y con una letra «filosófica», he elegido «La nave estelar». Vamos con la letra:

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Las ventajas del trabajo en equipo

TRABAJO EN EQUIPO

Esta es una historia que sucedió muy lejos, en la Antártida, un sitio muy peculiar, porque hay tanto hielo, que cubre cordilleras montañosas tan altas como los Alpes, aunque solo las cumbres sobresalen.

Allí vivía una colonia de grandes pingüinos, los emperadores. Había unos 25.000 en aquella barriada, que se conocían de haber recorrido los mismos caminos durante más de un invierno, aunque cada uno era cada uno, y eran muy celosos de su pequeño espacio y de su familia. Se solían hacer compañía transitando la ruta hacia la comida y organizando la crianza de las nuevas generaciones. La Antártida es un lugar en el que tienes que darte prisa para criar a tus hijos si quieres que sobrevivan, y además tiene que ser en verano para que no se congelen antes de nacer. Por eso hay que tener todo muy bien sincronizado con el paso de las estaciones si quieres llegar a poder contar historias como esta.

Cada mamá puso su huevo en el momento convenido, y encargó al papá la difícil misión de mantenerlo calentito durante cuatro meses para que naciera el pingüinitín. Ellas habían hecho su parte y no se iban de vacaciones, sino que tenían que recorrer 180 km de hielo para llegar al mar, alimentarse, engordar y recoger alimento que tenían que traer a sus crías recién nacidas cuatro meses después una vez recorridos los 180 km de vuelta.

La papeleta del padre tampoco era moco de pavo. Le tocaba el turno de guardia de noche (y es que en la Antártida no se hace de día cada día, sino que se hace de día cada varios meses) a una temperatura exterior de 70 grados bajo cero (¡brrr, qué frío!). Así que, con la luz apagada y mucho empeño, los papás acogieron a su huevo en una bolsa que los mantenía 80 grados por encima de la temperatura externa.

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Filosofía para el diálogo

FILOSOFIA PARA EL DIALOGO

 

Desde sus inicios, la actividad del filósofo se ha venido relacionando muy directamente con el diálogo, esa forma elaborada de la conversación, que conduce al descubrimiento de alguna verdad importante para la vida. Así nos lo enseñó Platón, transmitiéndonos con extraordinaria eficacia la experiencia de los diálogos que presidía y conducía Sócrates.

Muchos hemos descubierto por primera vez la filosofía tratando de seguir las hábiles discusiones socráticas, como un ejercicio para nuestra mente y con la imaginación nos hemos sentido testigos de aquellas reuniones en las que se trataban los asuntos que hacen que el sentido de la vida se nos vaya manifestando.

Los interlocutores con sus intervenciones iban preparando el terreno para que la sabiduría se presentase de alguna manera, a veces en las palabras de una sacerdotisa, como Diótima de Mantinea en El banquete, o en un relato de un guerrero, como Er en la República.

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Plantas muy «humanas»

PLANTAS HUMANAS

En su último libro, titulado “Qué sabe una planta”, Daniel Chamovitz, doctor en Biología y director del Centro de Biociencias de la Universidad de Tel Aviv, nos revela que las plantas pueden sentir el entorno, tomar decisiones inteligentes y comunicarse unas con otras a través de un sorprendente lenguaje químico.

La genética de las plantas no es tan diferente de la del ser humano. En una entrevista publicada en Scientific American, Daniel Chamovitz explicaba: estos (descubrimientos) me han llevado a darme cuenta de que la diferencia genética entre las plantas y los animales no es tan significativa como yo ingenuamente había creído una vez. Así que, mientras todavía no estaba investigando este campo, ya comencé a cuestionarme los paralelismos entre las plantas y la biología humana.

Y añadía: las plantas tuvieron que desarrollar mecanismos sensoriales muy sensibles y complejos que les permiten sobrevivir en ambientes cambiantes (…). Ellas necesitan ver dónde está su comida; necesitan sentir el clima y ser capaces de oler los peligros. Y tienen que ser capaces de integrar toda esta información de forma dinámica y cambiante. El hecho de que no vemos a las plantas moverse no significa que su mundo interior no sea rico y dinámico. Y a enseñarnos eso dedica Chamovitz su último libro, “Qué sabe una planta”, a mostrarnos ese mundo interior rico y dinámico de estos seres vivos.

Cada capítulo está dedicado a explorar las similitudes entre los sentidos humanos y los de las plantas. Así, vemos que el primer capítulo, titulado “Lo que ve una planta”, comienza de una forma provocativa con esta afirmación: “Piensa sobre esto: las plantas pueden verte”. En este capítulo se explica cómo las plantas pueden distinguir entre los diferentes tipos de colores. También encontramos páginas dedicadas a explorar las similitudes entre el resto de los sentidos  humanos. El autor afirma que las plantas pueden sentir y diferenciar los distintos aromas o que también tienen sentido del tacto, porque saben cuándo son acariciadas o agredidas.

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La solución a nuestras inquietudes

INQUIETUDES

Aquellos que están llenos de vanidad con la codicia penetran en una corriente que les atrapa como la tela que la araña ha tejido de sí misma. Por esta razón, el sabio corta con todo ello y se aleja abandonando toda tribulación  (Dhammapada)

Hay días en que uno se levanta y si no tiene bien puestas las orejeras puede ocurrir que caiga fulminado por el torrente de noticias envueltas en crisis.

Más o menos, casi todos nos hemos dado cuenta de que el origen de muchos desajustes actuales que afectan a nuestras circunstancias materiales cotidianas está en males anteriores, y que esos males tienen mucho que ver con la falta de valores éticos.

Caramba, qué coincidencia.

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