Ignoramos nuestra estatura hasta que nos ponemos en pie.
(Emily Dickinson)
No pretendo ser, bueno, un poquito sí, irónico. Pero cada día hay más gente que no piensa lo que hace ni hace lo que piensa; hay casos extremos que no hacen ni lo uno ni lo otro. Y esto es grave. Hay millones de teóricos del fútbol, del tenis, de la pintura, de la música, de la literatura. Cada día hay más personas que no luchan por sus sueños. Y todo queda en pura teoría. Hay en las universidades profesores de economía que nunca han tenido empresas, profesores de pintura que nunca han pintado nada, profesores de ética que son, en algunos casos, unos sinvergüenzas, hay profesores de filosofía que nunca tuvieron interés por la verdad. Sin olvidar a los naturalistas que no hacen nada por la naturaleza, a políticos que en sus casas hacen todo lo contrario que dicen, etc. Parece como si estuviéramos perdiendo la capacidad de vivir y de luchar. Todo esto nos lleva al “hombre fragmentado”, que piensa de una forma, siente de otra y habla de otra distinta.
Al filósofo B. Russell también le llamó la atención este fenómeno social y dijo al respecto: «La humanidad tiene una moral doble: una que predica y no practica, y otra que practica y no predica». No sé si es usted de los que predica y no practica o de los que practica y no predica. Ahora, incluso, podemos añadir otra categoría que quizás era insólita en la época de Russell, pero son los más corrientes: los que ni predican ni practican. Estamos ante el grave riesgo señalado por el científico y filósofo francés Blaise Pascal, quien escribió: Si no actúas como piensas, vas a terminar pensando como actúas. O todavía peor: puedes terminar pensando y actuando como te dictan otros.
En este blog no solemos expresar ninguna opinión «oficial» de Nueva Acrópolis. Lo creamos para expresar opiniones personales, puntos de vista, inquietudes y la forma de ser y de vivir de gente normal y corriente que además son filósofos idealistas. En este blog escribe gente de variada procedencia, de ciudades distintas, de distintos niveles de educación. Hemos tenido personas que han dejado de escribir y otras que se han incorporado. Lo que siempre digo a los que aquí escriben es que traten de mostrar una visión personal. Porque Nueva Acrópolis no es un bloque monolítico y cerrado, sino que está formado por personas, por individuos, miles de ellos, cada uno con su forma de ser y la mayoría con un objetivo común, para tratar de obtener una formación ética y filosófica que haga que este mundo sea mejor.
Sin embargo, Nueva Acrópolis recibe muchas críticas de personas basadas en sus prejuicios acerca de lo que creen que es esta Institución, normalmente sin conocerla, y hablando de oídas. Y por supuesto, sin tener en cuenta a las personas que la forman. Porque somos tan libres como cualquier otro ciudadano y también queremos que se escuche nuestra voz, no que se calle basándose en prejuicios.
Cierto es que en el mundo actual nadie está libre de críticas y que normalmente recibimos numerosos apoyos por la labor que estamos haciendo. Pero en algunos medios de Internet es cansino el cliché que se aplica habitualmente a nuestra Asociación. Es un prejuicio que proviene de críticas de finales de los años setenta y que desde entonces no nos abandona. Se acusa a Nueva Acrópolis de una ideología política que es contraria a sus principios fundacionales y de formar un grupo sectario (una “sekta” que escribía nuestro más reciente ofensor) que también es contrario a nuestro principio de formar un núcleo de personas sin distinciones (sociales, económicas, culturales, sexuales, religiosas, raciales, etc.).
Pues sí, estoy harto porque muchas de las propuestas que queremos hacer por mejorar nuestra sociedad se ven frustradas por esas críticas. ¿Que un músico es invitado a dar un concierto esta semana en un local de Nueva Acrópolis? Se hace una campaña en un foro internauta criticándole por su colaboración con la “sekta” y señalándole con teléfono y email para que los “indignados” le acosen hasta que cambia de parecer. ¿Que en Twitter recordamos la importancia de la mejora ética del individuo para mejorar la sociedad? Pues otra persona critica no la validez de la propuesta sino la procedencia de la misma. ¿Que un adolescente tiene que preparar para la clase de ética un powerpoint sobre sectas? Pues allá que aparece una foto de un grupo nazi que no tiene la más mínima relación con Nueva Acrópolis, para ilustrar textos sobre NA. ¿Que nuevos estudiantes se anotan en alguno de los cursos que promueve Nueva Acrópolis? Pues cuando buscan en Google más información sobre NA, enseguida aparece el calificativo “secta”, lo que les hace dudar de lo que pueden ver y comprobar de primera mano en la sede a la que acuden a sus clases.
Recibimos continuamente trabas para cualquier acción que queremos emprender. Trabajamos en el 99% de los casos sin subvención alguna porque ninguna administración ni empresa se atreve, ante este acoso de críticas por Internet, a concedernos nada, no vaya a ser que se utilice políticamente contra ellos. Nos critica la Iglesia, por prejuicios sectarios. Y nos critican los ateos por lo mismo. Nos critican los partidos de extrema izquierda por prejuicios políticos. Y nos critica la extrema derecha por lo mismo.
Estamos en tiempo de votaciones y me viene a la memoria algo que me llamó la atención al ver el documental “Fábrica de famosos”, de Chris Atkins. Está relacionado con nuestro sistema político y, visto con los ojos de un antiguo griego –ya que a Grecia se le considera la cuna de la democracia–, resultaría peculiar; y es que, en nuestra concepción moderna, cualquiera puede regir los destinos económicos, sociales y culturales de un país. Literalmente.
No hace tanto, vimos en las pantallas de televisión cómo se proponía la posibilidad de que una “princesa del pueblo” se presentara a las elecciones, y fuimos testigos de un espectáculo-sondeo para ver qué respaldo popular tendría. La protagonista en concreto no era economista, socióloga o ingeniera, sino que, más bien, tenía la formación mínima que se exige obligatoriamente a cualquier ciudadano.
Lo que me resulta curioso es que, efectivamente, en muchos sistemas democráticos occidentales se puede dar el caso de que cualquiera conduzca y represente los destinos de millones de personas, independientemente de que sepa o no conducir el suyo propio.
Esto ya ocurrió en Lituania en 2008. Aparte de la valoración moral o personal que se haga de los personajes en cuestión, es de general aceptación que se trata de productos mediáticos, que es la forma de catalogar a aquellos personajes prefabricados que se meten en el salón de estar de nuestras casas a todas horas insistentemente (salvo que apaguemos el televisor, que es una medida muy saludable, aunque difícil para los teleadictos), sin otro mérito que contar sus “cosas” sin ninguna vergüenza, ni recato, ni pudor, ni medida, ni elegancia, ni…
En una feria del libro, una autor conocido me puso esta dedicatoria: «Camina, con eso basta». Lo cierto es que dio en el blanco. A veces, nos liamos la vida con un montón de debo, no debo, hacia dónde voy, elijo un trabajo u otro, elijo un camino u otro, por qué hago esto, por qué no lo hago, por qué soy así, por qué no tengo tal cosa…
Y, si paramos, si simplemente caminamos, nos podemos dar cuenta de lo tranquila que es la vida en sí misma, de lo poco que pide y lo mucho que da. En realidad, no suelen pasar cosas graves a menudo; pueden pasar cosas rutinarias, cosas aburridas, pero si es así es porque nos sentimos atados a lo que hacemos, cuando, lo cierto es que no estamos atados a nada. Absolutamente a nada.
Ya sé que hay cosas necesarias, como la comida, y tenemos que trabajar para conseguirla, pero eso no es una obligación, sino que todo ha salido bien y poseemos algo que necesitamos: el trabajo y, en consecuencia, la comida.
Por un rato, deja de pedirte lo imposible, incluso lo posible, por un rato deja de conformarte o no conformarte, por un rato toma la vida tal cual es y verás que no tiene nada que ver con lo que haces o lo que tienes. La vida en sí misma es algo que está ocurriendo hagas tú lo que hagas o pienses tú lo que pienses. En muchas ocasiones, lo que ocurre es que estamos tan despistados que pasa mientras miramos hacia otro lado, que somos sin darnos cuenta de que estamos siendo.
Hace poco tiempo, un amigo, me planteó la siguiente pregunta: si tuvieras que salvar un solo libro, ¿cuál elegirías? Inmediatamente contesté que ninguno. Y al rato, después de martirizarme un poco más con dicha pregunta, lo borré de mi lista de amigos. Dos buenas decisiones en muy poco tiempo, pensé.
De camino al trabajo, ya sentado en el autobús, me puse a mirar el paisaje a través de la ventanilla, como suelo hacer siempre. Esa distracción me relaja. Pero esta vez, había algo que no me dejaba tranquilo. No sé cómo, la dichosa pregunta seguía ahí, revoloteando alrededor de mi cabeza. De pronto, sin advertirlo conscientemente, empezaron a pasar por mi mente, de la misma manera que pasan los caballos en un hipódromo, autores y libros. Los había de todas clases; de literatura, de ciencia, matemáticas, historias de batallas, algunos de economía, sobre filosofía, incluso los había religiosos, etc. Pero la pregunta era muy clara: ¿un único libro?
La elección no era fácil; Cervantes o Shakespeare; Principia Mathematica de Newton o El origen de las especies de Darwin. La Biblia o el Corán; los Elementos de Euclides o tal vez, la geometría de Riemman; en filosofía están Platón o Aristóteles; El conde de Montecristo o Los tres mosqueteros; Ángeles y demonios o El capitán Alatriste; sin olvidar algunos cómics que me gustan mucho, etc., etc., etc. Sí, no cabía duda, mi ex amigo había hecho un buen trabajo estropeándome el día. Al final no tuve más remedio que elegir uno, un único libro. Me decidí, con pocas dudas, por La República de Platón.
Después de pasar por esta dura prueba, he decidido pasar la misma pregunta a todos ustedes; no es que quiera que me pongan en sus listas de “ex”, pero compréndanlo: para qué están, si no, los amigos.
El tiempo no siempre es un recuento de acontecimientos más o menos previsibles, en progresión lineal, sino que a veces acelera su ritmo y se deja interrumpir por lo inesperado, lo que se encontraba fuera de los pronósticos más certeros. La consecuencia es siempre el cambio y sus protagonistas suelen ser aquellos que estaban en el lugar y en el momento oportuno, como fruto de una actitud, abierta a las posibilidades, más ligera y libre que la de los que se aferran a la tarea de tenerlo todo controlado.
Tal es la lección de la historia, que deberíamos leer más a menudo. Quizá la mayor de las singularidades que marcan a los personajes que salen a la escena del mundo, para escribir páginas en esa historia, es que supieron estar ahí cuando era el momento y se abrieron paso en medio de los sucesos, guiados por ese particular olfato para percibirlo.
Ya sé que todo esto desafía las leyes de la racionalidad, pero es que en la vida de los seres humanos no todo puede ser filtrado y enfriado por los razonamientos, porque también existen las emociones y las intuiciones, por no hablar de ese extenso territorio interior donde manejamos los símbolos y nos preguntamos por el sentido que tienen las cosas. Ahora es el momento de soltar el lastre que se nos había pegado, oscureciendo nuestra capacidad para los compromisos en el refugio de la desilusión y el escepticismo.
Si nos desentendemos de lo que ocurra en la vida social, con el pretexto de sentirnos defraudados, otros tomarán las decisiones por nosotros, y lo que es peor, pretenderán interpretar el mundo sólo a su manera, dictada por sus intereses.
Entre los matices de lo que hemos vivido estas últimas semanas sobresale una nueva capacidad para salir de la indiferencia y volver a comprometerse con las ideas y las personas. Ha sido una buena lección de vitalidad, que va a servir probablemente para renovar muchas cosas, en armonía con los mensajes de esta primavera.
Uno de los elementos que mejor caracteriza a la Naturaleza son los ritmos y los ciclos. Existen ciclos de corto, medio y largo plazo. Ciclos diarios, mensuales, anuales, y a otras escalas astronómicas mayores.
El ser humano, en tanto ser natural, también está marcado por los ciclos de la Naturaleza. Por el contrario, las máquinas no se rigen con este ritmo cíclico natural y pueden actuar de manera constante. Bueno, sí tienen ciclos de funcionamiento, pero suelen ser tan rápidos que dan la impresión de una acción continua.
El ser humano, en contraste con las máquinas, sufre alteraciones con ciclos tanto físico-energéticos como emocionales, e incluso mentales. Hay momentos del día, de la semana o del año en los que los trabajos nos parecen más sencillos, en los que todo nos sale bien o en los que estamos más animados. Y otros en los que por mucho que nos esforcemos todo parece ir mal. A veces tenemos momentos de inspiración, o de brillantez en los que se nos ocurren las mejores ideas, en los que nos parece que caminamos alegremente, sin esfuerzo, cuesta abajo. Y otros momentos en los que necesitamos un descanso o queremos «consultar nuestras decisiones con la almohada», o que es preciso empezar de cero.
Mientras el ser humano “padece” estos ciclos, la máquina aparentemente puede estar continuamente funcionando, sin cansancio físico o emocional: tan sólo necesita una fuente ininterrumpida de energía para mostrarnos su fuerza, precisión, rapidez de procesamiento o cualquier otra labor en la que ayuda, complementa e incluso supera la labor del ser humano.
Aquí hay una aparente contradicción, puesto que por una parte nos beneficiamos de la ayuda de las máquinas, pero por otra despreciamos su comportamiento «poco natural», carente de ciclicidad, de aquello que consideramos más humano, como los sentimientos, los cambios de ánimo o las dudas. En nuestro lenguaje utilizamos despectivamente los términos «mecánico», «trabajo mecánico», «automático» o «maquinal» para aquellos en los que no nos implicamos con nuestra capacidad emocional y mental.
(Tachín, tachín, música de acompañamiento): «Hoy las ciencias adelaaantaaaan que es una barbaridaaaaad!». ¿Recordáis esta canción de don Hilarión en La verbena de la Paloma?
¡Ay, si este hombre viviera ahora! ¡Le daba un patatús!
Podría parecer que la física es una ciencia seria y rigurosa, que se basa en hechos comprobables experimentalmente, que verifica hipótesis acerca de las leyes de la materia a través de complicados teoremas y sofisticados laboratorios.
Efectivamente, así es.
Nada más lejos del rigor científico que pensar que la vida y lo que le ocurre a una persona se pueden explicar según un modelo físico y, por tanto, que el mundo en que vivimos se puede cambiar.