El barco está más seguro anclado en el puerto, pero ese no es el cometido de los barcos (Paulo Coelho).
Generalmente, asociamos las enfermedades mentales a individuos concretos. Pero ¿qué pasaría si una enfermedad de este tipo afecta a una sociedad entera?
Algunos investigadores han estudiado los procesos que llevan a un individuo a perder el control sobre su mente, y piensan que la locura colectiva no solo es posible, sino que puede ser inducida con la pretensión de controlar a grandes grupos humanos.
Carl Jung denominó “epidemia psíquica” a la situación de una sociedad en la que la enfermedad mental deja de ser una excepción y se convierte en norma. Para Jung, esta era la mayor amenaza para la civilización, ya que se da en momentos decadentes de la historia en los que los seres humanos tienden a comportarse como depredadores entre ellos.
Las consecuencias de cualquier epidemia psíquica serían muy dañinas y la más peligrosa de todas, según algunos autores modernos, sería la psicosis de las masas, que es una epidemia de locura en la que gran parte de la sociedad ha perdido el contacto con la realidad.
Me preguntaban, en una reciente encuesta, que como responsable de algunos de los sitios web de Nueva Acrópolis, cuál era la mejor página web que conocía.
Estuve repasando qué sitios son los que más visito, en cuáles consulto información, de cuáles aprendo más, o qué diseño y proporciones tiene aquel sitio que más atrae mi atención.
Entonces me di cuenta de que lo que para mí lo mejor es aquello que me permite descubrir. Es lo que me cautiva mi interés y me embarca en una aventura, en la aventura de obtener nuevos conocimientos. Me atrae aquello que me hace aprender. ¡Qué razón tiene el término navegar que describe la acción de moverse por Internet! Porque desplazarse por el océano de sitios web es una navegación, una aventura para descubrir nuevos mundos. Pero no es una navegación al azar a donde nos lleven los vientos, que en este caso son las manipulaciones de los medios de comunicación. Ya comenté en otra ocasión que, como decía Séneca, no hay viento bueno para quien no sabe a qué puerto se encamina. Así, los sitios que más me gustan son aquellos que más me inspiran, los que me retan a alcanzar nuevos conocimientos, y relacionarlos con los que ya tenía.
No hay nada peor que, tras un primer instante de curiosidad en la página que estamos leyendo, nos paremos a pensar: pero ¿cómo he llegado a esta página web? Es señal de que nos estamos dejando bandear de un lado para otro, sin pilotar nosotros esta nave de la blogosfera.
Y esto me conduce a otro de los criterios por los cuales detecto si una página es aceptable: una buena página web permite la introspección, nos hace reflexionar y pensar. Si nos dan toda la información ya procesada, hay un peligro de que estemos repitiendo ese «pensamiento único» que nos trata de igualar a todos, no en lo mejor, sino en lo más conveniente.
«Sembrad en los niños ideas buenas, aunque no las entiendan; los años se encargarán de descifrarlas en su entendimiento y de hacerlas florecer en su corazón» (Maria Montessori).
No basta que sean buenas ideas, sino que han de ser ideas buenas.
Es decir, la moralidad por encima del interés.
Es más valioso, humanamente hablando, tener una vida ajustada a unos principios éticos que ser inteligente.
«La sabiduría es lo único que no muere de vejez» (Séneca).
La vida de cada uno es una historia por escribir, un camino por recorrer, una misión que cumplir.
Hay que descubrir el guion de la historia, el motor de nuestro movimiento, la finalidad de nuestra vida.
No basta el conocimiento erudito, hay que dar con la tecla de la sabiduría, la que nos permite aprender a vivir, la que nos hace subir de nivel, la que trasciende la historia personal de un solo individuo para encajarlo en el género humano desvelando paso a paso diversas piezas del rompecabezas.
¡AMEMOS!
Si nadie sabe ni por qué reímos
ni por qué lloramos;
si nadie sabe ni por qué vivimos
Visto en el periódico ABC del 29 de mayo de 2021 (no, no era el Día de los Inocentes):
«Un artista vende por 15.000 euros una escultura inmaterial, invisible, que no existe».
Para los ojos que uso para ver (porque los de la imaginación los reservo para mejores causas), lo que se ha vendido por un dineral es el aire que hay sobre las losas del suelo. La foto de la obra que publica el periódico así lo demuestra.
Uno de los tesoros filosóficos que nos ofrece el budismo, como filosofía práctica de vida, es el Noble Óctuple Sendero, que se compone de ocho claves o formas de actuar indispensables para no salirse de lo moralmente correcto.
Una de ellas consiste en cultivar las rectas palabras. Con un sentido muy amplio, se trata de no herir con ellas y de no utilizarlas como herramienta para fines egoístas. Es concebir las palabras como vehículo de lo mejor que podamos ofrecer.
Merece la pena reflexionar sobre si conservamos este profundo significado cuando nos vemos inmersos en muchas situaciones cotidianas, como emisores o receptores de mensajes. Somos responsables, por tanto, del efecto de nuestras palabras, y también debemos ser conscientes de aquellas que nos llegan. Como en todo, hay que tratar de comprender y elegir: palabras para sanar y no para dañar; para consolar y no para herir; para que la verdad resplandezca y no para ocultarla.
Quien no ha conocido la calma de un jardín oriental en una noche de verano, ignora que el paraíso existe en la tierra.
Allí se mezclan los perfumes de las rosas con los de los hibiscos y los tamarindos; un agradable frescor sube del suelo regado por los jardineros al anochecer. Uno se pone a soñar con un universo donde el ser humano sabría de nuevo fraternizar con la flor más humilde (Christian Jacq, El egiptólogo).