Día Mundial de la Filosofía

 

En el Día Mundial de la Filosofía, queremos rendir nuestro pequeño homenaje.

La técnica nos ha llevado a la Luna; toca ahora a la filosofía llevarnos a nosotros mismos.

(Jorge Ángel Livraga)

La filosofía es una música que se hace con el alma, no es un simple acopio de conocimientos y datos, sino una construcción armónica que relaciona las cosas y les da sentido, elevándolas a las regiones donde las cosas tienen sentido y la esencia invisible nos llena el corazón.

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Gaueko ele ixilen balada

Recuerdo que hace muchos años me sorprendió escuchar en la radio un programa dedicado al cantautor Benito Lertxundi. Aunque ya conocía algunas de sus canciones (por entonces me gustaba otro cantautor, Urko, de quien aprendí unas pocas palabras en euskera con aquel disco en directo «Hemen gaude»), me sorprendió escuchar la traducción de las letras y compararlas con las de las canciones «pop» que se escuchaban normalmente por la radio.

Situémonos en los años 80 y recordemos qué escuchábamos (en España es sencillo sintonizando las emisoras M-80 o Kiss-FM). Y ahora imaginaos mi cara al escuchar canciones como esta:

Gaueko ele ixilen balada

Gauaren lumez idazten doazen
ele ixilak nator kantatzen
jainko guztien atetan daitzen
asekaitz noa bizitzan barnatzen.

Fruitu ukakorrak ditut usantzen
amets aragikoietan ixurtzen
grinen zirrarek naute edertzen
gauaz maitaleen suan naiz erretzen.

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Miradas

Me leyeron hace unos días un artículo que me interesó mucho, sobre un tema del que ahora no me acuerdo. De lo que sí me acuerdo es que el articulista contaba que, mientras él escribía, su perro le miraba, como siempre acostumbraba, con mirada de “asombro perenne”.

Yo tengo una perra, de nombre Turca, o más bien debería decir: vive una perra conmigo. Y me hizo pensar en ella, y en su mirada. Tiene Turca una mirada… No sé qué hay en esos ojos, pero es lo más cercano que encuentro a la pureza. Sus grandes ojos negros son limpios y transparentes. Te asomas a ellos como a las aguas quietas de un lago profundo.

Seguramente Dios sí la hizo a su imagen y semejanza. Y no fue necesario expulsarla del paraíso. Vive en él, y nada sabe del bien ni del mal.

Su silencio es solo de palabras. Sus ojos hablan mucho más que cualquier libro de poesía. Su voz está en el aire, en la luz que desprende su mirada. ¿Para qué quiere la palabra? Todos sabemos que solo es claro el lenguaje del corazón. Y ella lo tiene. Grande y limpio.

Siempre descansa cerquita de mí. Ella sabe que estoy a su lado. Con mi compañía le basta. Le rodea mi hálito. Y ella me rodea con el suyo. Es su mundo. Es el mío.

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Cambiar el mundo

Suena el título de este blog a rimbombante, nada menos que “¡cambiar el mundo!”, como si eso fuera tan fácil o pudiera hacerlo cualquiera que se lo proponga. Pues no, no van por ahí los tiros; más bien me refiero a un maravilloso instinto, consciente o no, que casi todas las personas tenemos a determinadas edades y muchas veces, las menos, nos lo llevamos, o nos lleva, hasta la mismísima tumba, supongo que por aquello de “genio y figura hasta la sepultura”. Me refiero al anhelo que siempre hay en la gente joven de cambiar el mundo, una fuerza que los hace soñadores y atrevidos para luchar por un cambio a mejor, para transformar aquello que no les gusta de una sociedad que han heredado.

Yo también fui joven hace algunos años, yo también estuve en los veintitantos. Recuerdo que nos vestíamos con vaqueros roídos, camisas militares varias tallas más grandes que lucíamos por fuera, o una camiseta del Che. Solíamos reunirnos en pandilla, y el que más o el que menos tocaba un poco la guitarra, cantábamos canciones de Luis LLach, de Serrat, de Víctor Jara, Mocedades, incluso de José Antonio Labordeta, a quien tuve el placer de oír en un concierto y ponérseme los pelos de punta con esa canción que dice: “Habrá un día en que todos al levantar la vista veremos una tierra que ponga libertad». Había en todas nuestras actitudes una rebeldía hacia todo, la sociedad de consumo, la religión, la política, el ejército, nuestros padres… queríamos cambiar el mundo pero no sabíamos como.

No creo que la juventud de ahora, pese al botellón y sus modas rompedoras de llevar pantalones de la talla 48 teniendo cintura de 36, sea muy diferente a nosotros cuando teníamos su edad, no en esa inquietud y necesidad de querer cambiar el mundo. Prueba de ello es el auge que está teniendo el voluntariado; quieren hacer cosas, quieren ayudar allí donde se les necesita, hacen realidad aquella frase impresionante de Nietzsche que dice: “En el esclavo lo noble es ser rebelde, en el hombre libre lo noble es ser obediente”. Ojalá les dure mucho esa libertad que les permite ser obedientes a su anhelo de mejorar las cosas, ojalá nos lo contagien a todos, tengamos la edad que tengamos, ojalá.

La Naturaleza

Sentada en este lugar que habito cada mañana, me descentra y a la vez concentra hoy la lluvia. En ella encuentro, como en cualquier parte de la Naturaleza, muchas similitudes conmigo y contigo. Todo es vehementemente susceptible de contarnos cosas importantes.

Puedo contemplar la rutina en la asiduidad de su presencia, y a la vez todo tipo de ritmos internos si me paro a seguir el paso discontinuo de unas u otras gotas, de cada uno de nosotros.

Forman entre todas un hermoso conjunto al que concebimos todos así, como un todo; la lluvia. Ese gran Uno, compuesto por millones de unos. Y si lo vemos tan claro en cada día de lluvia, ¿cómo nos cuesta tanto entendernos como a Uno solo, aunque cada uno lleve su propio ritmo?

La lluvia nos muestra su capacidad con infinitas formas de expresión, cada una de ellas evocadora. Se presenta clara y fresca o tormentosa y gris, aliviante en verano o asesina si lo desea, como nosotros con lo que nos rodea. Es una fuerza de la Naturaleza, lo cual ya debería decirnos suficiente.

Aún más me cuenta esta hermana húmeda cuando atrapa mi vista una de esas gotas de lluvia que cuelgan de la barandilla boca abajo. ¡Qué serenidad! Esperan pacientes a caer al suelo, y desde ahí correr con muchas otras en forma de riadilla, calle abajo. ¿Por qué nosotros no somos capaces de estar serenos ante el suelo contra el que chocaremos irremediablemente, para correr junto a muchos más tomando una forma distinta? Sea río, sea nube.

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Las circunstancias

Mira que son como una plaga o más bien como la arcilla. Quiero decir, que uno se empeña en mirar la vida con ojos profundos y serenos, y ahí están las circunstancias para poner gravilla o césped en el suelo a nuestro paso.

Son incesantes los pequeños acontecimientos, cambios de planes, personas cómodas o incómodas que se van cruzando con nosotros o, más bien, que conforman la materia con la cual se engendra nuestra vida, momento a momento; arcilla, decía. Bien que el alfarero seamos nosotros, nuestro interior en sus múltiples facetas, bien que sus manos sean nuestro carácter, pero con lo que trabajamos es con las circunstancias, es nuestro caldo de cultivo.

Y habrá quien piense que nosotros somos la arcilla y las circunstancias son las manos que nos moldean; hasta hace no mucho yo misma pensaba así. Sin embargo, comprobé que quien deja que los hechos le den forma, al ser estos tan cambiantes, se encuentra a su merced. Mas si son las manos del carácter lo que pulimos, las de la consciencia, las de la inteligencia práctica (que para mí es la que va más allá de los razonamientos y usamos básicamente para ser más felices), si son ellas las que dirigen y deciden ante cada situación, podremos sacar de cada trozo de arcilla (o circunstancia) una bella pieza.

Ya se trate de los pequeños acontecimientos que nos ocurren como de los grandes, de los que apenas arañan como de los que marcan con ganas, todos ellos necesarios, me resulta importante que estos compañeros de camino o camino en sí, no me afecten demasiado, que lleguen a mí en la justa medida en la que pueda aprender algo de ellos, o en aquella en que puedan fortalecerme y hacerme disfrutar de lo que tengo “entre manos”. Lo que deseo recordar sobre la arcilla, circunstancia, persona o evento, es que puedo elegir entre enfadarme o comprender, entre gritar o explicar, exigir o merecer, estar o Ser, renegar o confiar, incluso ser sumiso o ser seguro, olvidarme o recordar quién soy, ser grosera o ser amable, en definitiva, dejarme caer o mover las alas.

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Los muros

Los filósofos, y más aún los aprendices de filósofos, no nos consideramos en posesión de la verdad, sino buscadores de la misma. Y digo esto porque hoy quiero hablar de un asunto de gran actualidad, sobre todo en el país en el que me encuentro esta semana (EE.UU.), y sobre el que no tengo una opinión formada.

Se trata del muro del que EE.UU. acaba de aprobar su construcción para impermeabilizar la frontera con Méjico (que me perdonen los puristas, pero suelo escribir EE.UU. en lugar de USA y Méjico en lugar de México).

A los europeos la palabra muro, como en los test psicológicos de Galton de asociación de palabras, nos trae a la mente la palabra vergüenza. Y así, desde España, nos parece que levantar un muro para aislar EE.UU. de la inmigración centro y sudamericana es una vergüenza.

Es una vergüenza que los hombres no solo impongamos fronteras artificiales en un planeta esférico que no tiene «bordes», sino que además reforcemos las fronteras con muros.

Es una vergüenza que no hayamos aprendido nada tras la Segunda Guerra Mundial y la división europea que culminó 16 años después en el Muro de Berlín. Y que ahora Israel quiera también construir un muro en Gaza.

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Las tres visiones

Si en un blog de filosofía cotidiana, como es este, debemos escribir sobre las cosas que nos pasan o las reflexiones que nos suscita la vida, debo reconocer que llevo varios días preocupado por todos los desencuentros que ha habido en el blog; por ello no quiero dejar pasar la oportunidad de poner mi granito de arena (con vocación de pedrusco) en esta playa de los encuentros, o al menos eso me gustaría que fuera.

Sobre todo lo que voy a decir a continuación, podría aportar bibliografía, pero no lo haré ya que lo explico a mi manera y con mis propias palabras. Podría decirse que la visión que tienen los hombres de la vida es monista o dualista, es decir: los hay que ven o creen en una sola realidad y otros prefieren pensar o han descubierto que en la vida se conjugan dos realidades.

Entre los primeros, los monistas, también se podría decir que son, a su vez, de dos tipos. Por un lado los que solo creen en la realidad material, en aquello que puede ser medido y comprobado empíricamente, los que siguen la lógica cartesiana y rechazan cualquier otra realidad no demostrable, según su epistemología (el método científico), por más que sean incapaces de explicar, de manera convincente, el misterio de la existencia (y por favor, no me hablen de la casualidad). Les guste o no este patrón rige nuestra sociedad occidental, la cual tiene sus cosas buenas (qué duda cabe) y también sus carencias, pues la visión materialista no puede explicar todas las inquietudes del alma humana.

Y de otra parte están, también monistas, los que creen o sienten que la única realidad es de raíz espiritual, que no hay más realidad que Dios y todo cuanto existe es Maya (diosa hindú de la ilusión), por lo que la vida es un valle de lágrimas del que hay que salvarse por medio de la fe y la moral, con lo cual rechazan el mundo material y su propio cuerpo psico-físico, reafirmándose como seres de origen celeste o hijos de Dios (casi nada). Aunque les duela escucharlo, esta visión lleva a desentenderse de la propia vida tal y como hace el hindú, y al negar su realidad animal esta se rebela, por lo que suelen dar bandazos entre la mortificación y los placeres materiales para volver a mortificarse nuevamente.

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