La burbuja de los filtros

Hablar del prusés

Hablar del prusésA propósito del libro de Eli Pariser «El filtro burbuja» y del 1 de octubre.

Por un cierto mecanismo psicológico, estamos más inclinados a creer lo que hemos escuchado antes. Con la información como con la comida, somos lo que consumimos. Es algo que sabía muy bien aquel que dijo que “una mentira repetida adecuadamente mil veces se convierte en una verdad”. La inteligencia de nuestros lectores me permitirá obviar su nombre.

Por ello, por ejemplo, los «expertos» que invierten mucho tiempo en desarrollar teorías para explicar el mundo, después de algunos años de trabajar en ellas, tienden a verlas en todas partes. Este es el origen del geocentrismo, del antropocentrismo, del egocentrismo y hasta de los nacionalismos.

El problema en nuestro tiempo se agranda cuando buena parte de la información que llega a nosotros ya no es elegida por un editor, sino por algoritmos que tratan de mostrar lo que a nosotros ya nos gusta a priori. Nuestra identidad moldea nuestros «medios de comunicación», conformados por los resultados de las búsquedas de Google y de las actualizaciones de nuestros contactos de Facebook, que nosotros mismos hemos elegido.

Hacemos clic en un enlace, indicando un interés en algo, y esto implica que probablemente veremos más artículos sobre ese tema en el futuro, que a su vez es primordial para nosotros. Nos quedamos atrapados en un bucle y, si nuestra identidad se representa mal, comienzan a surgir patrones extraños, como la reverberación de un amplificador.

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Sectas

Detalle de “La calumnia de Apeles”, de Sandro Botticelli

La sectología podría definirse como la ciencia que consiste en identificar, clasificar, etiquetar y hacer correr la voz sobre grupos de personas que se dedican a actividades que no cuadran con lo que los rastreadores de sectas consideran que deberían ser sus actividades.

Digo “podría definirse” (en condicional), porque “no se puede” (en presente).

No es ciencia. Es bulo, trama de novela, argumento de historieta humorística y otras cosas. Pero ciencia, no.

Es un arte antiguo (lo de la sectología). La sectografía histórica nos muestra que ya en el siglo V a. C., los vecinos de Pitágoras se empeñaron en tildarlo de “sectario” porque dirigía una comunidad que pretendía vivir según unas normas de ética y convivencia que no eran exactamente las que regían por aquellos contornos. De Pitágoras, algo sabemos. De sus vecinos, ni rastro.

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Y España mató a Cervantes

Cervantes, el exponente de las letras castellanas, el genio que dio nacimiento al caballero más ilustre de todos los tiempos, al más conocido de todas las naciones, ha sido asesinado. La mano criminal no es primeriza ni desconocida, y antes de acabar con don Miguel se ha cargado impunemente a Platón, Aristóteles, Descartes… Un asesino en serie que le ha cogido el gustillo a eso de aniquilar cualquier cosa que obligue a pensar.

Y es así. Después de eliminar Filosofía de Bachillerato, ahora le ha llegado el turno a la Literatura Universal, que queda degradada a optativa, algo así como clavarle una daga en el pecho y sentarse a ver cómo se desangra. No sería raro que cuando ya no queden Humanidades que eliminar, el mal hábito les haga ir detrás de las matemáticas, la física o la química.

Lo duro de todo esto no es solo que los alumnos van a perder de vista algunas de las materias más importantes para su desarrollo como personas; lo duro, lo realmente duro es que dentro de unos pocos años veremos el fruto envenenado de esta decisión: gente cada vez más dócil, cada vez más sometida, cada vez más convencida de que lo importante es tener trabajo, cualquier trabajo, no pensar. Pensar no te da de comer. Pensar no te paga la hipoteca. Pensar es para los que tienen tiempo, o para los que tienen dinero, o ambas cosas. Pensar no es importante y, si lo miras bien, es hasta peligroso. Los que piensan se creen mejores, te miran por encima del hombro, creen que hay opciones cuando, en realidad, no las hay. Viven en otro mundo, se engañan a sí mismos pensando que las cosas pueden cambiar, que deben cambiar, cuando lo mejor es dejarlo todo como está, sin tocar nada, porque son los que piensan demasiado los culpables de que el mundo esté como está, de la inestabilidad social y de que las empresas no puedan generar riqueza como les dé la gana.

El gran engaño de esta sociedad es hacernos creer que la vida es ver pasar un día tras otro en trabajos que no entendemos, para ganar un dinero que no aprovechamos, sustentar a una familia que no disfrutamos y atender a unos amigos que no queremos. Nos dejamos convencer de que no hay nada más cuando abrimos la nevera y está vacía, cuando el banco te recuerda el pago de la hipoteca, cuando tu empresa rinde cuentas a Hacienda o cuando tu sueño de escribir se convierte en la pesadilla del compromiso (mercantil) con la editorial.

Y es un engaño porque a poco que escarbemos nos daremos cuenta de que, esa aparente realidad, está sustentada únicamente por las voces de unos pocos que repiten todo el tiempo que las cosas son así y no pueden cambiar. Voces que saben que hay que mantener ocupada a la gente con tonterías e ir retirando de su alcance la peligrosa arma del pensamiento propio.

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El efecto arrastre

Estaba esperando al autobús 23. Se retrasaba un poco y alguien me preguntó si ya había pasado. Contesté que no (yo era la más “antigua” en la parada), pero eso permitió a un señor recién llegado saber que el autobús 23 era, de momento, el más deseado.

De repente, este señor que permanecía en el anonimato, levantó en horizontal su brazo señalando adelante y voceando con toda convicción: “¡El 23 viene por ahí, hay que cruzar a la parada de enfrente!”.

Sentí el tirón de mi cuerpo que se giraba en dirección a él, que ya estaba cruzando la calle (ni paso de cebra, ni nada) sin bajar su brazo y seguido muy de cerca por el hombre que me había preguntado. Frené y pensé: “pero si la parada del 23 es aquí…”.

No había pasado un minuto cuando el enigma quedó resuelto: el autobús que llegaba enfrente era el 19; el del brazo estirado se subió y también el hombre que le seguía, pues ya no tenían tiempo de volver a cruzar para coger el 23, que había llegado mientras tanto al sitio que correspondía.

Resultado: la persona que creyó estar en lo cierto arrastró a alguien que no tuvo o no se tomó el tiempo para reaccionar a la información; ambos subieron a un autobús que no era el que querían. Yo “sentí” el tirón de seguirle ante su convicción, y aunque mis pies no se movieron del sitio, mi cabeza tuvo que hacer el esfuerzo de “parar”.

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El dinero no lo es todo

A veces se nos olvida ordenar las prioridades que tenemos en la vida. Nos dejamos avasallar sin ningún cuidado por esos espejismos que nos ofrecen la fama y la fortuna como meta principal. Se encargan de mantenernos al tanto de quiénes son los agraciados que aparecen como más ricos en la lista Forbes (nunca he sabido si nos lo dicen para que les admiremos o para que les tengamos compasión). Y no descuidan la ocasión de comunicarnos (anuncios, películas, canciones) que siempre es mejor ganar un poco más con un poco menos de esfuerzo.

¿Se nos ha ido la olla? No sé, pero creo que nos vendría bien una brújula.

Hay una buena noticia: podemos volver al centro en cuanto lo decidamos, al camino importante, al de las cosas profundas y las miradas interiores. Sí, suena “plasta” pero todos sabemos que está ahí dentro, en cuanto nos ponemos a escuchar.

Podemos rescatar algunas cosas valiosas: básicamente, las que contribuyen a mejorar un poco el mundo o, por lo menos, no colaboran para que siga cuesta abajo.

Hay un motivo importante. Cuando nos vayamos al otro barrio, no podremos llevarnos las vasijas de oro y plata.

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La patria de los quijotes

Creo que me voy a meter en camisa de once varas.

Cada 23 de abril, como viene siendo habitual, se celebra San Jorge, que también coincide con la muerte de Cervantes y, aunque sea en el cómputo de otro calendario, con la de Shakespeare. Efemérides que han señalado también esa fecha como el Día del Libro. Es el día en que las librerías salen a la calle y la gente se acerca a los puestos a ojear las mesas en busca de alguna buena oferta; las instituciones homenajean a Cervantes y se hacen lecturas del Quijote.

Sobre el Quijote se ha dicho que es la obra más grande de las letras españolas, y de Cervantes, que es el español más universal. Sin embargo, me choca que hoy pocos españoles se sientan orgullosos de serlo. Es más, si alguien se atreve a llevar una bandera o a proclamarse «español» será automáticamente señalado como «facha». Muy sinceramente me pregunto por qué. ¿Por qué? Y me lo pregunto porque tengo ese mismo problema de identidad. No sé qué es ser español. No sé qué es no serlo. No entiendo que la identidad se relacione con unas fronteras geográficas ni con unos símbolos determinados. No entiendo las cuestiones políticas. Soy una  persona que se pregunta, de corazón, dónde está eso a lo que se llama patria.

Un neurocientífico me dio hace poco una interesante clave: «A un chino criado y educado en la cultura china nunca se le va a aparecer la Virgen». Si tiene alguna visión o aparición sobrenatural siempre pensará primero que se trata de algo familiar para él; quizá un antepasado, uno de los nueve espíritus chinos o la diosa Chang E. Por eso no deja de llamarme la atención que nos aferremos a algo tan circunstancial como el lugar de nacimiento y la cultura familiar para justificarnos como individuos. Y las personas han ido a la guerra para defender al país o al dios, y muchas veces sin darse cuenta antes (ni después) de que el otro, el opuesto, está haciendo lo mismo. Por un sencillo principio de exclusión, la Verdad es solo una, y es del todo imposible que todos los que dicen que su idea es la correcta tengan razón. ¿Por qué nos pueden más las diferencias que los puntos de unión?

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¿Finanzas o ética?

FINANZAS O ETICA

 

Está previsto que para el próximo curso se reduzcan, aún más, las horas lectivas de materias como la música, la educación plástica o la filosofía. El ministro Wert describía estas asignaturas como “las que distraen”. Por otra parte, hay centros que ya han comenzado a impartir una nueva materia, “Educación financiera”, siguiendo sugerencias de la Comisión Nacional del Mercado de Valores.

Sin duda, la crisis financiera ha hecho que cambien muchas cosas, incluso las prioridades que se le dan a la educación; pero si bien no está mal replantear los contenidos que se imparten a los niños y jóvenes para que estén más y mejor preparados para el futuro que se les viene encima, creo que el enfoque no es el más acertado.

Claro que es importante tener conocimientos de economía y finanzas, para desenvolvernos bien con toda la terminología y circunstancias de los productos financieros que todos, en una u otra medida, tenemos contratados. Pero, por encima de todo, nos interesa que no puedan engañarnos, que nadie se pueda aprovechar de nuestra ignorancia.

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Capitalism is fun?

Capitalism is fun?
Capitalism is fun?

¿El capitalismo es divertido?

Publicado el 28 de diciembre de 2014  en http://www.photos-art.org/capitalism-is-fun/

Pierre Poulain

¿El capitalismo es divertido? ¿De verdad? Puedo pensar en un montón de maneras de definir el capitalismo, y tengo que confesar que «diversión» no está en mi lista. Pero a lo mejor soy yo. Entiendo «diversión» como disfrute, placer, ocio…, y me parece que si algunas personas disfrutan del capitalismo, deben de ser tan pocas en número que me hace difícil calificar este sistema político como divertido. Preferiría calificarlo como materialista, que propicia el consumismo, superficial, egoísta…, pero tal vez estoy equivocado. Quizás no entienda bien el idioma inglés, y debería saber que «diversión» está relacionada con broma, chiste, o incluso con truco. En ese caso , estoy de acuerdo, el capitalismo es una broma. El capitalismo es divertido.

Entomología

el-coleccionistaPese a la omnipresencia de las telecomunicaciones y de los dispositivos para ponernos en contacto con los demás, ha aumentado el aislamiento, la soledad y la falta de comunicación entre nosotros. Existen numerosos seres solitarios incapaces de comunicarse con otras personas, y que se refugian en su propio mundo idealizado y alejado de la realidad. No es un fenómeno nuevo porque siempre ha habido quienes han construido su propia caverna de Platón: incapaces de vivir la realidad, asustados y carentes del dominio de su destino, construyen su propio mundo de fantasía, en el que aspiran a tener todo bajo control.

La tecnología actual facilita la creación de estos mundos paralelos e irreales que ahora llamamos virtuales. No me refiero a los videojuegos, o a la gente que está “enganchada” al uso de las nuevas tecnologías, o a los mundos virtuales del tipo SecondLife, o a aquellos que prefieren comunicarse o “chatear” con sus amigos por medio del móvil en lugar de hablar directamente, o aquellos que solo conocen las ciudades, los monumentos o los museos a través de las fotos que encuentran en Internet, en lugar de verlos directamente.

En esta ocasión hablaré de un tipo de personajes que llamo “coleccionistas” y que disfrutan reuniendo todo tipo de objetos sin otra finalidad más que la de poseerlos, quizás contemplarlos, quizás clasificarlos, pero seguro que ni siquiera comprenderlos. Son entomólogos, o coleccionistas de mariposas, con el único propósito de conseguir nuevos ejemplares para poner en una vitrina de cristal clavados con agujas para preservar su belleza que contemplan extasiados. Suelen ser personas inteligentes, quizás maniáticas y detallistas, que buscan la perfección absoluta, que no es otra que la que vive en su mente. No les interesa interactuar con el mundo, sino tan solo contemplarlo. Me recuerdan al hombre de negocios de “El Principito”, gente muy “ocupada” en contar lo que “poseen” y “guardar bajo llave en un cajón un papel” con el número de ejemplares de su colección.

Podríamos decir que es una especie de enciclopedismo y remontarnos así a la Historia Natural de Plinio o a los estudios de Aristóteles. O a la Enciclopedia de Diderot y D’Alembert. Pero el propósito de estos autores era ilustrar a las generaciones futuras, haciéndolas más dichosas recopilando los datos obtenidos mediante la investigación científica, y el coleccionismo al que me refiero tiene algo de insano y artificial.

Hay una memorable película de William Wyler, “El coleccionista”, del año 1965, que ilustra este tipo de personajes. Muestra la contraposición entre ese coleccionista de mariposas, encerrado en sí mismo, atormentado, triste y muerto por dentro, alejado del mundo, sin ninguna necesidad de contacto con los demás y que muestra indicios de psicopatía, frente a una hermosa estudiante de bellas artes, una mujer culta, inteligente y llena de vida que le recrimina por la cantidad de mariposas a las que ha privado de vida y libertad para reunir su colección, de la que ella es la última adquisición. No voy a desvelar más detalles porque recomiendo volver a verla.

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