Pongámonos en situación.
El nacimiento del primer bebé-probeta ocurrió en 1978. Antes de esto, hablar de fecundación in vitro o transferencia de embriones era cosa de ciencia ficción (ni siquiera se habían inventado estas denominaciones tan chulas). Y decir que una oveja podría ser clonada ya era hablar de otro planeta.
Dolly, la primera representante de la clase borreguil que fue concebida en un laboratorio y vivió para contarlo (más o menos), demostró que la ciencia ficción era solo una ciencia a la que le faltaba un poco de tiempo para estar entre nosotros. Hoy charlamos sobre organismos genéticamente modificados con la misma naturalidad con la que nuestros abuelos comentaban lo duro que había sido el invierno.
Ahora viene la historia de terror.
- Repito, 1932.
Aldous Huxley era un señor muy interesante que pertenecía a una familia muy interesante (sí, interesante dos veces).
Su hermano, Julian (Huxley también), que por cierto, fue el primer director general de la UNESCO, fue un eminente biólogo, escritor y eugenista (que es una palabreja un poco antipática, pero que nos sirve para decir que investigaba la aplicación de las leyes biológicas de la herencia al perfeccionamiento de la especie humana). Tenían, además, otro medio hermano (Andrew Fielding Huxley) que recibió el Premio Nobel de Medicina en 1963 (hay familias en las que todos salen listos).
En 1932, Aldous Huxley escribió Un mundo feliz, su novela más famosa. Nos cuenta el funcionamiento de una sociedad en la que todo está previsto y programado. Y donde todos son felices. Qué bien.
¿Cómo funciona este feliz mundo?
En palabras de J. Estelrich, que escribe el prólogo de la novela para Círculo de Lectores en 1965 (o sea, cuando todavía no existía ningún bebé probeta ni nada que se le pareciera), Aldous reinterpreta las teorías de su hermano y habla de “la mejora biológica; la cría de los niños fuera del seno de las madres; la adaptación de la inteligencia y de la fuerza física de cada individuo a las necesidades de la sociedad; la fijación del número de nacimientos, de acuerdo con las necesidades de la producción industrial; la conquista de la dicha física, gracias a la salud y al equilibrio mental; la supresión del dolor, incluso del dolor moral, pues hasta los sentimientos se controlan para que no hagan sufrir”.
Los niños de esa imaginaria sociedad son asignados al nacer a determinado grupo social. Y todos son dichosos, porque desde el primer minuto de su existencia, se les aplica un meticuloso condicionamiento psicológico para que amen el destino social que se les ha asignado. “Sesenta y dos mil cuatrocientas repeticiones hacen una verdad”, declaran orgullosos algunos de los dirigentes.
En aquel mundo imaginado por Huxley no hay paro. Existen muchos departamentos interesantes: Centros de Acondicionamiento del Estado, Depósito de Embriones, Oficinas de Propaganda por Televisión, por Cine Sensible, por la Voz y la Música Sintéticas, etc.
Y los cargos son superchulos: Director de Predestinación Social (este me mola), Envasador-Jefe, y como lo reciclan todo, también hay un Director de Crematorios y de Recuperación de Fósforo (qué majos).
Continúa J. Estelrich: “(…) dominando la ignorancia del vulgo productor; (…) se quita a las criaturas el inútil gusto por las rosas o por los libros, como se especializa a los adultos de forma que no sepan ni más ni menos que lo necesario para su oficio productor. Se viaja, eso sí, en helicóptero individual; se gozan las delicias del cine táctil y oloroso. (…) Ya se ha quitado el alma a los individuos y se les ha dado, en cambio, la conciencia de masa productiva”.
Por supuesto, cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.
Este tema se ha llevado al cine más de una vez y actualmente Steven Spielberg prepara una serie de televisión sobre la novela. Aquí te dejo una reseña sobre la versión cinematográfica de 1998:
http://biblioteca.acropolis.org/cine-un-mundo-feliz/
La ciencia es una gran herramienta y y es la prueba de lo lejos que pueden llegar las capacidades humanas. Pero la filosofía es lo único que hace que no nos convirtamos en autómatas sin conciencia.