Si hiciéramos caso a los mensajes publicitarios que nos inundan en esta época del año, tendríamos que pensar que el mundo se ha detenido y todos nos hemos ido de vacaciones, es decir, hemos abandonado nuestra escena cotidiana y hemos escapado al país de nunca jamás, a salvo de las incómodas obligaciones y deberes.
Se parte de la base de que el trabajo, terrible maldición bíblica, es una ocupación inevitable y desagradable de la que hay que liberarse a la mejor ocasión. Por ello, el culto a las vacaciones ha sacralizado esos días vacíos de trabajo, de tal manera que se habla de enfermedades producidas por el regreso a las ocupaciones, aunque también de la ansiedad de quienes no saben qué hacer con el tiempo libre, una vez que han alcanzado el estado beatífico vacacional.
En el fondo de tales desajustes laten los desconciertos característicos de nuestra época y las habituales exageraciones con las que se enfocan en nuestra sociedad mediática las realidades que vivimos.
Una concepción cíclica del tiempo nos haría estar de acuerdo en que debe haber un tiempo para el trabajo y un tiempo para el descanso, como diría el Eclesiastés, pero no como dos estados antagónicos, sino complementarios y orientados a la finalidad y el sentido de la propia existencia. Una filosofía activa y vital nos invita a buscarlos entre la infinita variedad de nuestras posibilidades, siempre más abundantes de lo que estamos dispuestos a admitir. La búsqueda se convierte así en el hilo conductor que unifica nuestras experiencias, superando dicotomías falsas, pues todo cuanto hacemos, sea trabajar o descansar, cambiando de actividad y de horizontes, se encuentra iluminado por una atención que se mantiene despierta en todas las circunstancias.
A la luz de estas reflexiones, tanto el trabajo como el descanso, o las vacaciones, se convierten en ocasiones propicias para encontrarnos con nosotros mismos, o con los demás, y quizá también con los grandes maestros de todos los tiempos, que nos dejaron sus sugerentes propuestas en tantas páginas inmortales, guías seguros para no perderse en el laberinto de la vida.
Hola MªDolores, ¿dónde están esas guías para no perderse por el mundo? ¿Cómo puedes no perderte en el mundo si necesitas encontrarte contigo mismo? Aún estando tan cerca de ti y de tus circunstancias no eres capaz de encontrarte, de ver el camino y cuando crees que lo estás logrando, los que te quieren te hacen ver que esa no es la realidad y creyendo que te reconduces te vuelves a perder. Quisiera estar convencida de que mis palabras tienen sentido y no son puro delirio. También desearía saber a ciencia cierta que los filósofos cotidianos no son todos sufridores incomprendidos o insatisfechos en este mundo. Ni personas que han descubierto esa otra parte de la vida después de sufrir. Me pregunto si se puede ser filósofo cotidiano y por tanto soñador, reflexivo, inteligente, creativo, inconformista, etc, y ser al mismo tiempo feliz?
La gran condena, aplicable en el infierno, es que ahí no hay trabajo.
El pájaro no canta porque sea feliz. El pájaro es feliz porque canta.