Me preguntaban, en una reciente encuesta, que como responsable de algunos de los sitios web de Nueva Acrópolis, cuál era la mejor página web que conocía.
Estuve repasando qué sitios son los que más visito, en cuáles consulto información, de cuáles aprendo más, o qué diseño y proporciones tiene aquel sitio que más atrae mi atención.
Entonces me di cuenta de que lo que para mí lo mejor es aquello que me permite descubrir. Es lo que me cautiva mi interés y me embarca en una aventura, en la aventura de obtener nuevos conocimientos. Me atrae aquello que me hace aprender. ¡Qué razón tiene el término navegar que describe la acción de moverse por Internet! Porque desplazarse por el océano de sitios web es una navegación, una aventura para descubrir nuevos mundos. Pero no es una navegación al azar a donde nos lleven los vientos, que en este caso son las manipulaciones de los medios de comunicación. Ya comenté en otra ocasión que, como decía Séneca, no hay viento bueno para quien no sabe a qué puerto se encamina. Así, los sitios que más me gustan son aquellos que más me inspiran, los que me retan a alcanzar nuevos conocimientos, y relacionarlos con los que ya tenía.
No hay nada peor que, tras un primer instante de curiosidad en la página que estamos leyendo, nos paremos a pensar: pero ¿cómo he llegado a esta página web? Es señal de que nos estamos dejando bandear de un lado para otro, sin pilotar nosotros esta nave de la blogosfera.
Y esto me conduce a otro de los criterios por los cuales detecto si una página es aceptable: una buena página web permite la introspección, nos hace reflexionar y pensar. Si nos dan toda la información ya procesada, hay un peligro de que estemos repitiendo ese «pensamiento único» que nos trata de igualar a todos, no en lo mejor, sino en lo más conveniente.