Hoy es el primer día del resto de nuestra vida

Como si de un ritual establecido desde antiguo se tratase, cada comienzo de año solemos desearnos que ese nuevo ciclo del tiempo que se inicia nos traiga toda clase de bienes. Desde nuestro blog nos sumamos a esa tarea de difundir buenos deseos a todos nuestros pacientes lectores, pero también, como aprendices de filósofos, proponemos una breve reflexión sobre el tiempo y los intentos humanos por contenerlo, por dominarlo o incluso por descubrir sus secretos.

El tiempo es una línea continua que sostiene nuestras acciones, que desgasta las cosas y la materia de nuestro cuerpo, una línea constituida por los instantes en los que se resuelve nuestro presente, para convertirse en pasado. Ese tiempo lineal de instantes acumulados nos produce un vértigo que solo puede calmar el otro ritmo del tiempo, el simbólico, el cíclico, el que nos lleva año tras año a vivir el misterio de los orígenes, como si fuese posible empezar de nuevo y conseguir lo que hasta ahora se nos escapaba.

Si somos capaces de concebir estos dos regímenes temporales, es que disponemos de las facultades para hacerlo: la de construir paso a paso el trayecto de los esfuerzos y los trabajos, uno tras otro, y la que nos permite volar en cierta manera por encima de lo cotidiano para elevarnos hacia las realidades atemporales, las que no se encuentran sujetas al desgaste del tiempo, y que se nos manifiestan en forma de ciclos, a través de los cuales descubrimos la Naturaleza y el mundo.

Tras nuestros deseos de que este nuevo año que ahora empieza sea mejor, está el anhelo insoslayable de intuir que es posible liberarse de lo que nos ata y nos impide el vuelo. Para ello, el tiempo tiene que ser nuestro aliado. Como decía el viejo proverbio: «hoy es el primer día del resto de nuestra vida».

Por un mundo mejor

¡Insoportable y desolado mundo! ¡Infinitamente ruin y corrupto eres! ¡Pero mi destino me llama y yo acudo para que la virtud triunfe por fin!

Es la voz de Don Quijote en la película El hombre de la Mancha, que tuve la oportunidad de ver una vez más en una de esas ocasiones en que la televisión rescata viejas glorias del cine. Y nuevamente volví a ver a un Don Quijote indignado ante la visión del mal extendiéndose impunemente entre los hombres.

¿Cómo puede ser que el fraude y la corrupción den más beneficios que la virtud y la verdad?, se pregunta el Caballero de la Triste Figura.

Ante tal estado de cosas, no puede soportar la inacción y se lanza a luchar por la justicia y defender a los desprotegidos, proponiéndose como misión convertir un mundo de hierro en un mundo de oro.

Siempre le acompaña la opinión práctica y simple del que vive con los pies en la sólida tierra: “Es curioso que este sendero para la gloria es clavadito a la carretera del Toboso, famoso por lo barato de sus pollos”, le dice Sancho. “Eso refleja que tienes poca experiencia con la aventura”. Claro. Ahí le duele.

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El nacimiento de la ciencia

–¡Oh! Es impresionante.

–Sí, es un paisaje muy bonito.

–No, no me refiero al paisaje. Me refiero a una frase de Albert Einstein que está en una de las páginas de la agenda que me regalaste para este año, 2011. Dice así: “Lo más incomprensible del universo es que sea comprensible.

Ciertamente, el hecho de que seamos capaces, hasta cierto punto, de comprender el universo, de preguntarnos cosas y de buscar respuestas, de la misma manera que un perro busca un hueso en el jardín, es algo incomprensible e impresionante. Pero ¿cómo, cuál es el medio que nos permite comprender, preguntar y buscar?

La respuesta que encontraron un pequeño grupo de filósofos que vivieron en pequeños poblados aislados de todo y sin apenas medios fue que la Naturaleza es inteligible, es comprensible, porque todos tenemos un pequeño pedazo de esa misma naturaleza que llamamos mente.

El historiador británico H.D.F. Kitto describió en su libro Los griegos ese momento histórico, tan parecido al descubrimiento del fuego, de esta forma tan sugestiva: “Pido al lector que, por un momento, acepte la siguiente declaración como una exposición de hechos razonables: en una parte del mundo que durante siglos había alcanzado un altísimo grado de civilización, surgió gradualmente un grupo de personas, no muy numeroso, no muy poderoso, no muy bien organizado, que tenía una concepción absolutamente nueva del sentido de la vida humana y que por primera vez demostró para qué estaba hecha la mente del hombre”.

Las semillas y la buena tierra

Mateo 13, 1-23; Lucas 8, 4-14

Aquel día salió Jesús y se sentó junto al lago. Se reunió en torno a él mucha gente, tanta que se subió a una barca y se sentó, mientras la gente estaba de pie en la orilla. Les contó muchas cosas por medio de parábolas:

Salió un sembrador a sembrar. Al hacerlo, parte de la semilla cayó al borde del camino, pero vinieron las aves y se la comieron. Parte cayó en terreno pedregoso, donde no había mucha tierra; brotó en seguida porque la tierra era poco profunda, pero cuando salió el sol se agostó y se secó porque no tenía raíz ni humedad. Parte cayó entre zarzas, pero estas crecieron y la ahogaron. Finalmente, otra parte cayó en tierra buena y dio mucho fruto.

Los siguientes versículos de estos textos hablan de la explicación sobre cada semilla. En realidad, cada uno podrá darle un significado propio a estas palabras que, por muy marcadas de Iglesia que a algunos les suenen, no son más, ni menos, que enseñanzas atemporales. Si nos sirve Buda o los textos hindúes, los aprendizajes egipcios o los nuevos pensadores, por qué no rescatar un texto de unos 2000 años.

Si queremos ser prácticos, este texto puede estar hablando de clientes, de marketing; si queremos ser místicos, este texto puede estar hablando de aquellos que comprenden el mundo y aquellos que no. Si queremos pensar en personas, puede hablar de amigos; para algunos hablará de mujeres; para otros, de intentos y frutos.

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El arte de hacer el bien

En nuestro esfuerzo por reivindicar la filosofía como una actividad encaminada a liberar el espíritu humano de las servidumbres y los engaños, encontramos definiciones de esa afortunada palabra que los griegos -se dice que fue Pitágoras su inventor- significaron como «amor a la sabiduría», que intentan descubrir matices que su uso y su práctica han ido añadiendo para desvelar una búsqueda del sentido de las cosas.

A pesar de que para la mayoría la filosofía es mera especulación teórica, desconectada de la vida, y perfectamente prescindible en un mundo de acción, no es así como la concibieron los más señalados sabios que se entregaron a ella, sobre todo los que construyeron los cimientos del gran edificio del pensamiento.

En sus referencias vemos siempre esa intención práctica, esa aplicación de lo filosófico a la experiencia cotidiana, y en las biografías de los que la cultivaron, comprobamos que no se encerraron en sus estudios a elucubrar, sino que salieron a la escena del mundo y participaron en ella activamente.

La explicación es que el amor a la sabiduría nos ayuda a vivir realmente, a ser protagonistas de nuestra existencia, sin miedo, asumiendo las propias convicciones, a construirse la propia identidad.

Y sobre todo, la filosofía nos enseña el arte de hacer el bien, es decir, la posibilidad de mejorar el mundo que nos rodea, sin esquivar la responsabilidad moral de conciliar el interés individual y el colectivo, partiendo de un compromiso que surge de nuestra propia autonomía y no depende de lo que hagan o digan los otros.

Tom Sawyer y el secreto de la motivación

El grupo de jóvenes llegó por la mañana temprano, y durante los primeros días las cosas iban muy bien y el trabajo avanzaba a muy buen ritmo. Pero, a medida que pasa el tiempo, el ritmo de trabajo se ralentiza, se vuelve pesado y poco inteligente. En definitiva, se pierde eficacia.

Y este es el motivo por el cual los líderes, tengan estos la finalidad que sea, deportiva, financiera o humanitaria, buscan el secreto de la motivación de la misma manera que los alquimistas buscaban el secreto de la eterna juventud. ¿Cómo motivar? Encontrar el método, la forma de motivar a las personas ha sido un tema sobre el que se ha invertido dinero y mucho tiempo. Y sobre el que se ha pensado, investigado y escrito una enorme cantidad de libros, revistas, ensayos, etc. Pero el secreto lo encontró un golfo sin educación, que creció a orillas del Misisipi: Tom Sawyer.

–¡Hola, compadre!–-le dijo Ben–. Te hacen trabajar, ¿eh?

–¡Ah! ¿Eres tú, Ben? No te había visto.

–Oye, me voy a nadar. ¿No te gustaría venir? Pero, claro, te gustará más trabajar. Claro que te gustará.

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Nos han robado nuestro silencio

«Nos han robado nuestro silencio». Guardo en la memoria esta reflexión de un monje budista de la película Kundum al escuchar en su monasterio las consignas de Mao, repitiéndose machaconamente por megafonía.

El otro día salí del cajero después de haber calculado cuidadosamente lo que me hacía falta para llegar a fin de mes. Mientras fijaba la vista en los números de la cartilla, una moto rugió justo a mi lado, sacándome de mis preocupaciones.

La causante del ruido no fue la moto, claro. Fue el ser humano que estaba metido dentro de aquel enorme casco, y del que no puedo decir si era hombre o mujer. Y fue tal el estruendo que armó que la pobre señora que estaba a mi lado casi salta a la calzada como un resorte.

–¡Hay que ver! Estos jóvenes no tienen respeto por nada –decía la buena mujer.

–Sí, señora, sí, qué razón tiene –la consolé.

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No te quedes quieto

Nada está quieto, la vida corre por donde quiera que miremos. La enorme madre Naturaleza ha sido siempre el mayor libro de instrucciones de esta vida en la que creemos que nos sueltan sin saber cómo desenvolvernos. En ella lo vemos, todo se mueve, continuamente; todo nace, renace, crece, da frutos, entiende y muere, solo para dar más vida. Todo es parte de todo y su esencia es el movimiento, eso sí, lleno de consciencia.

¿Cómo podemos quedarnos quietos? ¿Cómo podemos estar parados en el mismo lugar que hace dos años, en el mismo sentimiento, en las mismas circunstancias? El agua estancada se acaba estropeando, mientras que la más fresca está en los ríos, que no dejan de fluir. ¿Será eso lo que, en ocasiones, nos pasa?

Es cierto que también hay lagos, preciosos, que nos reflejan la belleza de lo que les rodea y del mismo cielo, todo bien conjugado en un paisaje (que, como todos, nos habla de la vida). Pero esos lagos suelen tener una corriente interna, una entrada y salida de agua, un movimiento que les hace mantenerse vivos, aunque parezcan los mismos. Y es que el movimiento interno es tan nutritivo y vivificante como el externo, y mucho más necesario.

El cambio físico, las nuevas empresas y propósitos, los retos, movidos todos por nuestras más profundas motivaciones, son los árboles de nuestro jardín interior. Vamos plantando, recortando, escogiendo, o simplemente admirando y disfrutando de esa misteriosa obra que somos nosotros mismos, que es la vida en sí misma.

No te quedes quieto, no puedes, no es tu naturaleza. Ni te muevas sin un motivo real ni sin conocer tu sentido. Si no sabes qué hacer ahora, comienza a moverte por dentro, conócete, encuéntrate, halla el sentido. Todo comenzará a vibrar a tu alrededor.

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