No me digas palabras bonitas

No me digas palabras bonitas,
bellos sonidos y tiernos olores,
no me digas palabras bonitas,
que eso ya lo hacen los grandes cantores.

Mi alma se duerme, marchitan mis flores,
en cuna se mece y morir parece
mi ser guerrero que guerras ansía
y en ellas ganar el fin que merece.

Dime mejor palabras de fuerza,
arengas tronantes de voz imperiosa
luz cegadora de fuerza divina
certezas directas con sangre de rosas.

No me digas palabras bonitas,
Dime mejor palabras de fuerza…

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La bondad

Quizás la bondad sea uno de los valores éticos que más apreciamos en los demás y que más nos gustaría que nos rodease por doquier. ¿A quién no le gustaría estar rodeado de gente buena, afable, atenta, alegre, considerada y respetuosa, generosa…?

Como todas las virtudes humanas, es en su manifestación a través de los actos donde se define. Todos sabemos reconocer a una persona bondadosa aunque no sepamos definir la bondad y esta se exprese de infinitas formas.

La bondad nos envuelve en nuestra vida cotidiana mucho más que lo que apreciamos conscientemente, a pesar de que a veces pueda parecer lo contrario. Ella es la base de todo lo bueno que compartimos, es la que hace posible la convivencia, los bienes civilizatorios y la cultura, la generosidad y el esmero en la búsqueda del bien común que nos humaniza. Es, justamente, su ausencia, el egoísmo a ultranza, el que destruye los tejidos que unen y cohesionan la vida.

La bondad es un motor interior que busca el bien en los demás y en nuestro entorno involucrándonos a nosotros mismos. Esa predisposición constante hacia el bien, preocupándose por lo que los demás necesitan, se manifiesta desde el pensamiento, las emociones y los actos, convirtiendo a la persona en un “faro de luz” que emana alegría, seguridad y confianza. Su presencia ilumina, no nos ensombrece. Sembrador del bien, no trabaja con el “¿tú o yo?”, sino con el “nosotros”. Por eso podemos identificar bondad con amor.

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La máquina que surgió de un telar

Creo que sería muy interesante, especialmente para nosotros los blogueros, que lo usamos como medio de comunicación, saber cómo comenzó todo esto de los ordenadores.

¿De dónde salieron? La respuesta es que salieron de un telar, del telar de Jacquard.

Aunque nos parezca increíble, el intento de mecanizar los procesos mentales que llamamos “cálculos” es muy antiguo. Parece ser que los chinos fueron los primeros en crear un artefacto de cálculo, el que hoy conocemos con el nombre de ábaco. El ábaco puede ser considerado como el Machina antecesor de las calculadoras.

Pero sin lugar a dudas, los antecesores directos de los modernos ordenadores son las máquinas diseñadas por Charles Babbage. C. Babbage nació el 26 de diciembre de 1792 en las afueras de Londres. Desde muy joven se interesó profesionalmente por las ciencias naturales y las matemáticas, junto con sus dos grandes aficiones: la filosofía y lo sobrenatural. Estas aficiones llegaron a dar nacimiento a un club de aficionados a los fantasmas, dedicados a recoger información sobre los fenómenos sobrenaturales.

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Para despertar a una paloma morena de tres primaveras

Para empezar, el título de esta canción de Serrat es ya una declaración de intenciones. Sé que en algunos sitios mencionan esta canción simplemente como «canción infantil»…, pero creo que el subtítulo es mucho más evocador. Porque, efectivamente, Joan Manuel escribió esta canción en 1974 «para despertar a una paloma morena de tres primaveras que se llama Ágata y es hija de mi amigo Mariano».

Pero no es (solo) una canción infantil. Es una hermosísima canción acerca del ánimo con que cada día nos hemos de levantar y ponernos a la tarea de construir el mundo, de pintar los colores que nos parecen obvios, de recrear el universo.

Es un canto para empezar todos los días como si fueran el primero de nuestra vida, y quién sabe, también el último, pero eso no importa si vivimos siempre intensamente nuestra propia vida, no la de los demás, no dejando que otros la vivan por nosotros. Pero sin pausa, tirando «p’alante» que empujan atrás.

A continuación la letra:

Para despertar a una paloma morena de tres primaveras

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La inteligencia

Leía hoy un artículo de José Antonio Marina, un prestigioso filósofo español, profesor, escritor y sobre todo, alguien que aprecia la vida.

Las respuestas a las preguntas que le planteaban eran dignas de reflexión todas ellas. Sin embargo, la que más me ha llamado la atención ha sido una referida a la inteligencia.
Sobre este tema, el filósofo ha respondido que no es, como se piensa, una herramienta para alcanzar contenidos innumerables, sino para aprender a vivir y ser coherentes con toda la capacidad humana que llevamos dentro. Es una guía por la que manejamos la realidad existente para saber vivir.

Estas no son sus palabras exactas, pero sí la idea que me han transmitido. Decía que el hombre no es bueno por naturaleza, ni malo, y que su camino está en aprender a ser inteligente y bueno; ese es el logro que debe conseguir.

Entresaqué también de sus palabras la respuesta a una idea que ha rondado en varias ocasiones por este blog: ¿por qué la gente no es feliz?

Su propuesta es que tenemos más que nunca, pero deseamos más que nunca, por lo que la diferencia entre lo esperado y la realidad es enorme y nos convierte en insatisfechos. Ello es debido a que ya no deseamos lo que realmente necesitamos. Lo necesario estaría en el campo de lo limitado: comida, abrigo, afecto… y ser.

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Homo naturis lupus

Existe hoy una corriente de pensamiento que considera que cualquier intervención del ser humano en su entorno es necesariamente dañina, ya que lleva inevitablemente a trastornar el natural desenvolvimiento del resto de los seres vivientes del planeta. El hombre es considerado el factor principal, y único, de la rotura del perfecto equilibrio en los ecosistemas, de forma que, si no existiera la humanidad, la Naturaleza viviría en una paz angélica, igual a la que disfrutaba en su estado primigenio.

Esto es hoy así, según los defensores de esta teoría, debido a la maldad intrínseca e inevitable de los seres humanos, a los que el desarrollo de su capacidad y competencia como animal racional les ha dado el poder suficiente, que nunca antes tuvo, para influir de manera decisiva en la vida del resto de los seres vivos que conviven (más bien malviven) junto a ellos. Esta teoría, por lo tanto, basa su veracidad en la maldad y el egoísmo insalvable e incorregible de la raza humana. El viejo “homo hominis lupus” se ha convertido ahora en “homo naturis lupus”.

Creo que este planteamiento, con lo mucho de cierto que contiene, matizando, eso sí, quiénes son los seres humanos crueles, egoístas y desalmados, que por supuesto son unos pocos, este planteamiento, digo, esconde, dentro de su verdad, una falsedad.

La falsedad consiste en negarle al ser humano el derecho a intervenir en el orden, belleza y equilibrio de la naturaleza, a la que pertenece por derecho propio, y no otorgado por nadie ni por nada.

Recuerdo que en el Génesis se dice:

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¡Quiero ser millonario!

Una mañana, de esta recién estrenada primavera, estaba tranquilamente leyendo una revista sobre ingeniería romana cuando un amigo, calculadora en mano y cara de satisfacción, se me acercó y me dijo:

–Ya está, acabo de tener una idea que solucionará los problemas económicos del mundo. Fíjate: si en vez de repartir el dinero entre los bancos, los Gobiernos lo repartieran entre todos los habitantes del planeta, todos seríamos automáticamente millonarios. Lo he calculado y tocamos a unos 200 millones de dólares por persona, ¿qué te parece?

Levanté mi vista, y durante unos minutos mi mente acarició la dulce y agradable idea de levantarme un día con 200 millones de dólares en mi cuenta, y mi mujer otros 200, total, 400. ¡Qué maravilla! Adiós a los malos trabajos, a los madrugones, a la hipoteca, a los préstamos personales, a los problemas de aparcamiento, en fin, adiós a casi todas las preocupaciones. Y lo mejor es que todos mis amigos también, de una sola vez, y sin esfuerzo, podríamos decir que gratis, todos millonarios. Por fin el viejo sueño hecho realidad: la riqueza repartida entre todos por igual. ¿Será posible ver con mis propios ojos el fin de la pobreza? Especialmente de la mía, por aquello de que es la que tengo más cerca ¡Jesús!, me tiemblan las piernas sólo de pensarlo…

Volví a pensar sobre el asunto de mi libro. Los ingenieros romanos conocían bien las leyes de la hidrodinámica, especialmente la de que el agua sólo fluye cuando hay desniveles. Y ese conocimiento lo aplicaron a muchas de sus construcciones: canales, presas, acueductos, fuentes y molinos. Los desniveles crean movimiento, mantienen el agua limpia para la agricultura y la energía para mover molinos para hacer harina, y con ella, el pan.

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Bías de Priene, un hombre bueno

Si bien en esta minisección de historias de filósofos, hasta ahora siempre he hablado de personajes controvertidos, en esta ocasión me toca hablar de, como diría el poeta, un hombre “en el buen sentido de la palabra, bueno”.

Reconozco que no puedo ser neutral pues, para empezar, su lugar de nacimiento es un sitio que me fascina. Priene, Mileto, Pérgamo, Éfeso, Afrodisias, son para mí unos lugares maravillosos de la costa jonia, de los que guardo tan buen recuerdo, y que recomiendo visitar a todos los enamorados de la historia de la Antigua Grecia.

Bías fue considerado uno de los siete sabios de Grecia, que vivió a mediados del siglo VI a. de C. Se puede decir que fue muy bien considerado en su época, y de él hay recopilados muchos apotegmas, o breves y agraciadas sentencias morales. El ejemplo que más se cita corresponde al momento en el que los habitantes de Priene se vieron obligados a evacuar la ciudad, que había caído en poder de los persas. Entonces, al preguntar a Bías por qué no llevaba consigo sus bienes, él pronunció estas palabras: “Todo lo que me pertenece lo llevo conmigo”, dando a entender con ello que los bienes más preciados para él eran su sabiduría y el tesoro de sus pensamientos.

Sus conciudadanos le consultaban con frecuencia acerca de asuntos litigiosos y siempre se negó a emplear su talento en provecho de la injusticia. Decía preferir juzgar entre enemigos que entre amigos, porque en el primer caso estaba seguro de ganar a uno de aquellos, mientras que en el segundo perdía a uno de estos.

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Sólo quería…

Sólo quería recordar cosas que he ido aprendiendo con el tiempo.

Quería recordar que la vida es cíclica. La Vida Una y la vida cotidiana, lo que aprendemos no suele ser de una sola vez, sino a pequeñas gotas, en graduales golpes de luz.

Por eso, cuando un día consigas algo que nunca habías logrado, algún modo de ver la vida, algún paso en el libro de la sabiduría, no te apenes porque fue solo ese día, y a los siguientes pareces de nuevo embarrado en lo mundano. Mejor, recuerda que lo que ha ocurrido es que has conocido un nuevo camino por el que acabas de dar tan solo el primer paso. Pero los siguientes vendrán detrás, uno tras otro.

A vivir no se aprende de un golpe, ni a conducir, ni a hablar francés, todo requiere una lección tras otra hasta alcanzar cierto nivel de comodidad en la materia.

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