La inteligencia

Leía hoy un artículo de José Antonio Marina, un prestigioso filósofo español, profesor, escritor y sobre todo, alguien que aprecia la vida.

Las respuestas a las preguntas que le planteaban eran dignas de reflexión todas ellas. Sin embargo, la que más me ha llamado la atención ha sido una referida a la inteligencia.
Sobre este tema, el filósofo ha respondido que no es, como se piensa, una herramienta para alcanzar contenidos innumerables, sino para aprender a vivir y ser coherentes con toda la capacidad humana que llevamos dentro. Es una guía por la que manejamos la realidad existente para saber vivir.

Estas no son sus palabras exactas, pero sí la idea que me han transmitido. Decía que el hombre no es bueno por naturaleza, ni malo, y que su camino está en aprender a ser inteligente y bueno; ese es el logro que debe conseguir.

Entresaqué también de sus palabras la respuesta a una idea que ha rondado en varias ocasiones por este blog: ¿por qué la gente no es feliz?

Su propuesta es que tenemos más que nunca, pero deseamos más que nunca, por lo que la diferencia entre lo esperado y la realidad es enorme y nos convierte en insatisfechos. Ello es debido a que ya no deseamos lo que realmente necesitamos. Lo necesario estaría en el campo de lo limitado: comida, abrigo, afecto… y ser.

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Homo naturis lupus

Existe hoy una corriente de pensamiento que considera que cualquier intervención del ser humano en su entorno es necesariamente dañina, ya que lleva inevitablemente a trastornar el natural desenvolvimiento del resto de los seres vivientes del planeta. El hombre es considerado el factor principal, y único, de la rotura del perfecto equilibrio en los ecosistemas, de forma que, si no existiera la humanidad, la Naturaleza viviría en una paz angélica, igual a la que disfrutaba en su estado primigenio.

Esto es hoy así, según los defensores de esta teoría, debido a la maldad intrínseca e inevitable de los seres humanos, a los que el desarrollo de su capacidad y competencia como animal racional les ha dado el poder suficiente, que nunca antes tuvo, para influir de manera decisiva en la vida del resto de los seres vivos que conviven (más bien malviven) junto a ellos. Esta teoría, por lo tanto, basa su veracidad en la maldad y el egoísmo insalvable e incorregible de la raza humana. El viejo “homo hominis lupus” se ha convertido ahora en “homo naturis lupus”.

Creo que este planteamiento, con lo mucho de cierto que contiene, matizando, eso sí, quiénes son los seres humanos crueles, egoístas y desalmados, que por supuesto son unos pocos, este planteamiento, digo, esconde, dentro de su verdad, una falsedad.

La falsedad consiste en negarle al ser humano el derecho a intervenir en el orden, belleza y equilibrio de la naturaleza, a la que pertenece por derecho propio, y no otorgado por nadie ni por nada.

Recuerdo que en el Génesis se dice:

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¡Quiero ser millonario!

Una mañana, de esta recién estrenada primavera, estaba tranquilamente leyendo una revista sobre ingeniería romana cuando un amigo, calculadora en mano y cara de satisfacción, se me acercó y me dijo:

–Ya está, acabo de tener una idea que solucionará los problemas económicos del mundo. Fíjate: si en vez de repartir el dinero entre los bancos, los Gobiernos lo repartieran entre todos los habitantes del planeta, todos seríamos automáticamente millonarios. Lo he calculado y tocamos a unos 200 millones de dólares por persona, ¿qué te parece?

Levanté mi vista, y durante unos minutos mi mente acarició la dulce y agradable idea de levantarme un día con 200 millones de dólares en mi cuenta, y mi mujer otros 200, total, 400. ¡Qué maravilla! Adiós a los malos trabajos, a los madrugones, a la hipoteca, a los préstamos personales, a los problemas de aparcamiento, en fin, adiós a casi todas las preocupaciones. Y lo mejor es que todos mis amigos también, de una sola vez, y sin esfuerzo, podríamos decir que gratis, todos millonarios. Por fin el viejo sueño hecho realidad: la riqueza repartida entre todos por igual. ¿Será posible ver con mis propios ojos el fin de la pobreza? Especialmente de la mía, por aquello de que es la que tengo más cerca ¡Jesús!, me tiemblan las piernas sólo de pensarlo…

Volví a pensar sobre el asunto de mi libro. Los ingenieros romanos conocían bien las leyes de la hidrodinámica, especialmente la de que el agua sólo fluye cuando hay desniveles. Y ese conocimiento lo aplicaron a muchas de sus construcciones: canales, presas, acueductos, fuentes y molinos. Los desniveles crean movimiento, mantienen el agua limpia para la agricultura y la energía para mover molinos para hacer harina, y con ella, el pan.

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Bías de Priene, un hombre bueno

Si bien en esta minisección de historias de filósofos, hasta ahora siempre he hablado de personajes controvertidos, en esta ocasión me toca hablar de, como diría el poeta, un hombre “en el buen sentido de la palabra, bueno”.

Reconozco que no puedo ser neutral pues, para empezar, su lugar de nacimiento es un sitio que me fascina. Priene, Mileto, Pérgamo, Éfeso, Afrodisias, son para mí unos lugares maravillosos de la costa jonia, de los que guardo tan buen recuerdo, y que recomiendo visitar a todos los enamorados de la historia de la Antigua Grecia.

Bías fue considerado uno de los siete sabios de Grecia, que vivió a mediados del siglo VI a. de C. Se puede decir que fue muy bien considerado en su época, y de él hay recopilados muchos apotegmas, o breves y agraciadas sentencias morales. El ejemplo que más se cita corresponde al momento en el que los habitantes de Priene se vieron obligados a evacuar la ciudad, que había caído en poder de los persas. Entonces, al preguntar a Bías por qué no llevaba consigo sus bienes, él pronunció estas palabras: “Todo lo que me pertenece lo llevo conmigo”, dando a entender con ello que los bienes más preciados para él eran su sabiduría y el tesoro de sus pensamientos.

Sus conciudadanos le consultaban con frecuencia acerca de asuntos litigiosos y siempre se negó a emplear su talento en provecho de la injusticia. Decía preferir juzgar entre enemigos que entre amigos, porque en el primer caso estaba seguro de ganar a uno de aquellos, mientras que en el segundo perdía a uno de estos.

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Sólo quería…

Sólo quería recordar cosas que he ido aprendiendo con el tiempo.

Quería recordar que la vida es cíclica. La Vida Una y la vida cotidiana, lo que aprendemos no suele ser de una sola vez, sino a pequeñas gotas, en graduales golpes de luz.

Por eso, cuando un día consigas algo que nunca habías logrado, algún modo de ver la vida, algún paso en el libro de la sabiduría, no te apenes porque fue solo ese día, y a los siguientes pareces de nuevo embarrado en lo mundano. Mejor, recuerda que lo que ha ocurrido es que has conocido un nuevo camino por el que acabas de dar tan solo el primer paso. Pero los siguientes vendrán detrás, uno tras otro.

A vivir no se aprende de un golpe, ni a conducir, ni a hablar francés, todo requiere una lección tras otra hasta alcanzar cierto nivel de comodidad en la materia.

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Elixir de eterna juventud

«El hombre no envejece cuando se le arrugan las células epiteliales, sino cuando se le arrugan los sueños y las esperanzas», decía el profesor Livraga.

Los viejos Maestros siempre nos enseñaron que la vida se modifica y transforma desde la actitud de nuestra mente, y que desde el estado de conciencia adecuado podemos obrar verdaderos prodigios en nosotros mismos.

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El baúl de Newton

El baúl de Newton

El baúl de NewtonEn 1684 tres miembros de la Royal Society, el astrónomo Edmund Halley, Christopher Wren, arquitecto de la catedral de de Londres, y el físico Robert Hooke, mantenían en Londres una animada discusión que acabó en una apuesta: ¿qué tipo de trayectoria describen los planetas alrededor del Sol? Wren ofreció 40 chelines a quien aportara la solución.

De los tres, Halley fue el que más se empeñó en encontrar una solución, hasta el punto de viajar a Cambridge para trasladar la pregunta a Newton, el excéntrico profesor de matemáticas. Allí pudo preguntarle directamente: ¿qué tipo de trayectoria describen los planetas alrededor del Sol? Sobre esta entrevista no sabríamos nada si no llega a ser por Abraham de Moivre, gran matemático y amigo de Newton, que dejó escrito lo siguiente sobre este encuentro:

Newton contestó inmediatamente que era una elipse. El doctor, lleno de alegría y asombro, preguntó cómo lo sabia. “Porque lo he calculado”, contestó. Entonces el doctor le pidió que le mostrase los cálculos. Newton buceó en su baúl, entre sus papeles, pero no lo encontró.

Ese baúl lo heredó su encantadora sobrina Catherine Conduitt y a través de la descendencia, el baúl terminó en manos del vizconde de Lymington. Casi nadie había visto nunca los documentos que contenía el baúl, y una leyenda cuenta que una vez un obispo, picado por la curiosidad, examinó el contenido del baúl y lo cerró inmediatamente horrorizado. Durante mucho tiempo el contenido del baúl siguió siendo un misterio y su contenido calificado como no apto para la difusión.

El vizconde de Lymington, acuciado por algunos problemas financieros, un divorcio y algunos problemas de impuestos, decide poner a la venta el conjunto de documentos de Newton que su familia poseía desde hacía más de doscientos años.

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