Escrito por LILIA GARCIA CHIAVASSA
Estaba hace unos días conversando con una vecina que me contaba sus aventuras y desventuras de los últimos meses y me repetía una y otra vez: todo lo que sucede, conviene. Lo decía intentando justificar y aceptar ciertas circunstancias adversas que le habían hecho padecer algunas penurias. Luego de alentarla con cariño a superar las adversidades y despedirme de ella, la frase quedó repiqueteando en mi mente como un mantra insidioso.
¿Es realmente así? Todo lo que sucede, ¿conviene? No puedo dejar de pensar que hay millones de personas que sufren calamidades extremas de toda índole. Sin embargo, hay ciertas corrientes de pensamiento o incluso escuelas filosóficas que postulan que todo lo que sucede es por algo, que existe cierto determinismo en el devenir de los acontecimientos.
La idea de que hay un destino predeterminado del que los seres humanos no pueden escapar es un concepto que, si se lo toma al pie de la letra, puede resultar inmovilizador. ¿Para qué voy a hacer esto o aquello (léase: esforzarme), si mi destino ya está marcado de antemano por un designio misterioso que no comprendo? Prefiero creer que tenemos un amplio margen de maniobra para conducir nuestros pasos por la vida, y no, que somos simples elementos de un engranaje que nos arrastra indefectiblemente.


















