Así como los ojos no piden recompensa por el hecho de ver, ni los pies por el de caminar, el hombre nacido para hacer el bien tiene en ello mismo su premio (Marco Aurelio).
En otra ocasión escribí algunas reflexiones filosóficas sobre la natación. Esta vez quiero hablar de los beneficios que nos aporta la natación, y no voy a contar los obvios de índole físico. De hecho mejorar mi espalda fue una de mis motivaciones para emprender la práctica de la natación. Me centraré en otros beneficios de tipo psicológico que podemos obtener mediante la natación, sobre todo aquellos aficionados que estamos empezando a practicarla.
Esta primera superación aplica especialmente a los que empezamos la práctica de la natación. Si vemos alguna competición, por ejemplo por televisión, podemos admirar los cuerpos atléticos de nadadores y nadadoras y su forma tan grácil de nadar, sin apenas esfuerzo. Pensamos que pronto nosotros podremos ponernos al mismo nivel. Pero cuando entramos en el vestuario y nos enfundamos esos pequeños trajes de baño, el gorrito para la cabeza y las gafas de plástico, sentimos que no nos parecemos en nada a lo que habíamos visto antes y nos preguntamos «¿qué hago aquí, con lo bien que estaría tranquilamente en casa?». Pero nuestra determinación es lo que hace superar ese sentido del ridículo y emprender una sana práctica deportiva.
Los deportes individuales requieren un esfuerzo especial, porque al final el resultado depende solo de uno mismo y no se puede contar con el apoyo del equipo. La natación individual es una práctica aún más solitaria, porque se practica en un entorno aislado, con escasa visibilidad y silencio. En la sociedad actual existe rechazo por la soledad y el silencio. Nos rodeamos de “ruidos”, ya sea permaneciendo recluidos en casa con la siempre encendida radio o televisión, o simplemente escuchando música con unos cascos que nos aíslan del mundo. ¿Y qué decir de esa “necesidad” de estar siempre conectado? Publicamos en las redes sociales para recibir la aprobación o aplauso de los demás. En este sentido, la natación es un buen remedio para fortalecer nuestra autoestima. Nadar durante un buen rato permite tener tiempo para estar a solas con uno mismo y nuestros pensamientos. Muchas de las ideas que luego plasmo en mi trabajo o en mis escritos han surgido durante la práctica de la natación. Continue reading
¿Por qué dices: «oh, cosa muerta (…)? El ritmo de la piedra acaso sea otro ritmo, pero yo te digo que si sondeas las profundidades de tu alma y mides las alturas del espacio, no oirás más que una melodía, y que en esa melodía la piedra y la estrella cantan, una con otra, al unísono perfecto (Khalil Gibran, El jardín del profeta).
La vi en una parada de autobús del Barrio Pesquero santanderino, sobre una marquesina como otras muchas. Allí estaba. Fresca, lozana, verde, vertical. Como el enhiesto surtidor de sombra y sueño al que cantara Gerardo Diego. Sí, aquel era un ciprés de gran altura y esta es una plantita pequeña. Pero ¿qué es el tamaño sino un engaño de los sentidos?
Para cualquier liliputiense común, mi plantita bastaría para aliviar el efecto del sol del verano sobre su cabeza o para sentir la verdeante energía de su tallo ascendente si hubiera de sentarse a su sombra a merendar.
En medio de un material seco, estéril y artificial, nada hacía sospechar que un brote fresco y brillante pudiera nacer con vocación de cielo. Lo mismo que una saeta de esperanza dirigida hacia las estrellas, tal como dejó dicho el poeta.
Mi plantita también es un mástil de soledad, un prodigio isleño, como bien adivinó don Gerardo. Pero este mástil, a diferencia del que fue objeto de su inspiración, solo se ve al levantar la mirada, porque no está a ras de suelo, sino por encima del nivel de la vista, discretamente distante para salvaguardar su misión de crecer.
Y prodigio, sí. Porque ¿cómo ha llegado hasta allí? ¿Qué maravilloso viaje le organizó Madre Naturaleza para llegar a su destino? ¿Cuántas peripecias soportadas, cuántas dificultades superadas hasta convertirse en el pequeño oasis de una zona deshabitada?
Este cuadro se llama ¿Qué haremos sin ellos?, y lo ha pintado el jerezano Juan Lucena durante esta pandemia universal que nos ha obligado a todos a modificar nuestro ritmo de vida y, de rebote, a plantearnos qué es importante para nosotros, nuestros principios de vida, nuestros valores morales, nuestras prioridades a la hora de actuar en la vida cotidiana.
¿Quién no se ha estremecido alguna vez con la música de alguna obra nacida en un momento de tristeza o de conflicto del compositor? Asimismo, son muchos los poemas que plasman el dolor del poeta conmoviendo a quien lo lee y obligándole a viajar por los mismos laberintos emocionales que él. Pero ese tesoro materializado en palabras o en sonidos no solo nos atrapa, sino que alumbra nuevos horizontes.
Los verdaderos artistas conectan con un mundo superior, en el que todo adquiere otro significado y se convierte en elemento pedagógico, no solo para quien lo crea, sino también para quien lo comparte. De alguna manera, nos conmueve y participamos de su pesar, pero también de esa emoción sublimada que nos llega traducida de su mano.
También la pintura es capaz de transformar el dolor en belleza, con esa escalera invisible que nos facilita el artista, gracias a la cual podemos sentir y transformar nuestras emociones acompañándole en su propio ascenso hacia otros mundos más elevados.
Muchos seres se han ido en estas pocas semanas, algunos sin tiempo para saber qué sucedía, la mayoría sin el bálsamo de la compañía de un ser amado o el consuelo de una voz amiga. Solos, con sus convicciones y sus dudas, nos han abandonado en contra de su voluntad para dejarnos con preguntas que necesitan respuesta. No preguntas sobre si se hizo mejor o peor esto o aquello, sino preguntas básicas que adquieren relevancia en circunstancias como esta: ¿por qué estoy aquí?, ¿qué es lo que he venido a hacer?, ¿cuáles son las cosas importantes?, ¿estaré aquí cuando amanezca mañana?